Los libros de arena de Cortázar
Dos de sus mejores libros vuelven a circular, editados por primera vez en la Argentina: “La vuelta al día en ochenta mundos” y “Ultimo round”. ¿Sus mejores libros, en qué sentido? Porque son muchos los que creen que, a diferencia de lo que sucede con “Rayuela”, estos volúmenes son lo más poético y perdurable de su obra. Tanto, que el lector tendrá la impresión de que Cortázar continúa escribiéndolos aún hoy.
Por Guillermo Piro
Dos de sus mejores libros vuelven a circular, editados por primera vez en la Argentina: “La vuelta al día en ochenta mundos” y “Ultimo round”. ¿Sus mejores libros, en qué sentido? Porque son muchos los que creen que, a diferencia de lo que sucede con “Rayuela”, estos volúmenes son lo más poético y perdurable de su obra. Tanto, que el lector tendrá la impresión de que Cortázar continúa escribiéndolos aún hoy.
Por Guillermo Piro
Cada memoria enamorada guarda sus magdalenas, dice Julio Cortázar en un texto breve de Ultimo round. Las mías, casualmente, están comprendidas en ese libro y en otro, La vuelta al día en ochenta mundos, las dos creaciones más extravagantes e inclasificables del más extravagante e inclasificable de los escritores argentinos.
Es cierto, a diferencia de tantos otros escritores, argentinos y no, Cortázar parece haberse propuesto expresamente transitar todos los géneros, todos los estilos y todas las escuelas. Está el Cortázar de los relatos que parece rendirle tributo a Borges a cada línea. Está el Cortázar costumbrista de Los premios; el políticamente comprometido del Libro de Manuel y Viaje alrededor de una mesa; el que rinde tributo a Henri Michaux con Un tal Lucas (cuya idea central surge de Un certain Plume, del poeta belga); el que en Rayuela aplica a Raymond Roussel en la construcción de un relato que puede ser leído de distintos modos, saltanto de un capítulo a otro, yendo de atrás para adelante y de adelante para atrás; el morelliano, que como pocos escritores en la historia es capaz, con 62 Modelo para armar, de llevar a la práctica cierto proyecto de novela teorizada en los dictados de un personaje que se la pasa haciendo incursiones rápidas y efectivas en Rayuela (Morelli, justamente).
Luego está el poeta, no tan malo como algunos pretenden, e incluso genial por momentos (comprometido, costumbrista, antiperonista, procubano y lírico). Está el Cortázar epistolar, el Cortázar con voz propia recitando Torito en un disco de vinilo y el Cortázar que es ejemplo de cortazarismo, algo que nadie tiene mucha idea de qué es, pero que en cualquier caso funciona como el lugar común del que pretende remarcar que algo escrito con alguna pretensión inclasificable no lo es tanto. Y está el Cortázar que es todos esos al mismo tiempo. Se trata de esas dos creaciones únicas e incomparables, hechas en colaboración con el artista plástico Julio Silva entre 1967 y 1969, que viera sucesivas ediciones en México y que luego de años de ausencia en librerías vuelven a aparecer en el país editados por Siglo XXI.
Julio Silva y Cortázar volverían a trabajar juntos en un libro que vio la luz en 1984 (Silvalandia), el año de la muerte de Cortázar. Pero lo cierto es que para entonces ya nada fue igual. Nada fue igual pero también es innegable que a Cortázar no le gustaba repetir recetas (o que al menos no le gustaba repetirlas durante mucho tiempo). Con Silvalandia no habían (ni él ni Silva) pretendido repetir las experiencia de La vuelta al día... y Ultimo round. Julio Silva y Cortázar se conocieron en 1955, cuando Silva, después de estudiar en el taller de Battle Planas, decidió probar suerte en París. Parece que Cortázar no dejaba de quejarse de la mala impresión y diagramación de sus libros; Silva le ofreció su ayuda y así surgieron las tapas para Rayuela, Todos los fuegos el fuego y Bestiario. Pero una cosa es ser responsable del aspecto de una tapa y otra tener a cargo la diagramación completa (tapa incluida) de dos libros.
Hay un testimonio donde Julio Silva da cuenta de las tribulaciones de ambos para ilustrar un texto de Cortázar publicado en Ultimo round (Muñeca rota) con una serie de fotos. Cuenta Silva: “Como se trataba de la historia de una muñeca descuartizada, fuimos juntos a comprar una”, dice Silva. “La llevamos al departamento de Cortázar y le quitamos los brazos y las piernas. Yo la iba moviendo y él tomaba las fotos. Después, durante todo el día, no pudimos hablarnos ni mirarnos por la culpa. Lo vivimos como algo sádico”.
Historia gráfica. La vuelta al día... y Ultimo round siguen resultando inclasificables, como ya dijimos, debido a la mezcla de géneros y estilos. Pero hay algo más. El carácter de su estructura verdaderamente original radica en que, por una vez (dos veces, en realidad) Cortázar no parece estar rindiendo tributo a nadie –dentro de ambos libros se rinde tributo a mucha gente, porque Cortázar no se cansaba de halagar a sus maestros, pero eso es otra cosa. La propuesta gráfica de Silva no volvió a repetirse en el diseño gráfico editorial argentino –y no volverá a repetirse, a riesgo de que su autor sea acusado de plagiario. ¿En qué consiste ese diseño? A primera vista, en la ausencia de diseño; esto es, en la capacidad del libro de adaptarse a sus propias exigencias (a las exigencias de su autor), de modo que abundan los cambios de tipografías, los textos en sentido horizontal, las fotografías a página completa, los textos en negrita, los dibujos, las bastardillas...
Cuando ambos textos aparecieron por primera vez, en 1967 y 1969, respectivamente, la presentación editorial difería bastante. La vuelta al día... supo tener siete ediciones entre 1967 y 1969 en un solo tomo levemente rectangular, con un diseño interior basado en dos columnas, en la más grande de las cuales cabía el texto en cuestión, quedando la otra disponible para las notas, las fotografías, las ilustraciones o, sencillamente, el vacío de la letra.
La primera edición de Ultimo round, en cambio, a pesar de constar de un solo tomo, tuvo en su primera edición (10 mil ejemplares impresos en Italia) una disposición muy diferente. El libro constaba de dos libros, unidos por la misma tapa: planta baja y primer piso. La planta baja era elongada, espacio propicio para reproducir copias de contactos fotográficos y poemas (además de textos cortos como el del recuadro Trabajos...). El primer piso, a dos columnas, ocupaba dos tercias partes del libro, y allí la fórmula de La vuelta al día... parecía repetirse (no del todo: sólo parecía).
Ya en 1970, la editorial Siglo XXI de México optó por una solución gráfica menos onerosa y práctica: redistribuyó los textos y organizó el libro en dos pequeños tomos de bolsillo (y en el camino, por razones que hasta ahora nadie pudo explicar, quedaron poemas como los que integraban el capítulo Razones de la cólera, que incluía el famoso La patria, tal vez la manifestación más claramente antiperonista de un Cortázar después del crítico relato Casa tomada.
Es probable que, dos años después de la primera edición, Cortázar ya no se sintiera tan antiperonista como cuando había abandonado el país rumbo a París, en 1951, cansado ya de “los bombos que no me dejaban escuchar a Bartok” (ver recuadro Conjeturas...).
Ultimo round conoció en España sendas ediciones olvidables a cargo de las editoriales Debate y Destino, donde el diseño gráfico de Julio Silva brillaba por su ausencia y en los que se limitaban a reproducir, uno después de otro, los textos de Cortázar. Hasta la actualidad, La vuelta al día... ha sido reimpresa una veintena de veces en México, lo mismo que Ultimo round. Pero ambas ediciones no estaban al alcance de cualquier bolsillo. Ahora, a cuarenta años de su primera edición, en un esfuerzo de los editores por pagar una deuda de amor con un autor inolvidable, ambos libros aparecen nuevamente en edición argentina.
Descubriendo con Julio. “A mi tocayo”, dice Cortázar, “le debo el título de este libro”. La referencia a Julio Verne y su La vuelta al mundo en 80 días es descarada y descarnada, y el ensayo que comienza así puede considerarse la razón de que muchos lectores hayan accedido a Verne a destiempo, a una edad en que debían vanagloriarse de haberlo leído (y tal vez olvidado).
Lo cierto es que en misceláneas, relatos breves y poemas hay toda una larga serie de escritores, músicos, científicos y artistas con quienes muchos de los que leímos el libro antes de cumplir los veinte años nos topábamos por primera vez:Wittgenstein, Lévi-Strauss, Resnais, Mallarmé, Filloy, Caillois, Rimbaud, Roussel, Foucault, Duchamp, Lezama Lima, Monk, Keats, Queneau... y los nombres siguen. El abanico de lecturas abierto por Cortázar, a la manera de quien hace trucos de manos mostrando las cartas, es inmenso. Al punto que muchos lectores no pueden aún dar por completado el larguísimo listado onomástico.
Cortázar se refiere a todos ellos sin la precaución y los recaudos que suelen inspirar los textos académicos y los ensayos críticos. Se esfuerza por poner de manifiesto el carácter inofensivo de todo lo que es pretendidamente “alto”, “puro”. Contra toda interpretación, siguiendo el fluir de su deseo y su necesidad de compartir un hallazgo o el amor por determinado autor, parece limitarse a proponer su visión de las cosas, invitando al lector a que se aventure en esa selva y corra el placentero riesgo de aportar la suya. Silva, diseñando, por su parte parece decirnos que el artista es aquel siempre disponible y dispuesto a mover los esquemas, incluso los propios, con el único fin de perseguir –y encontrar– lo bello –algo que en La vuelta al día... y en Ultimo round aparece a cada página.
Ambos libros tienen, además, un carácter eterno y poético, no en el sentido de que lo prima en ellos es lo perdurable y musical, sino que pueden leerse con la falta de método con que se leen los libros de poesía, saltando de un texto a otro, llevados por la curiosidad o la simple atracción.
Quien esto escribe, a 30 años de haber emprendido la lectura de ambos libros por primera vez, no está en grado de poder asegurar que los ha leído por completo. Hay textos que recuerda de memoria, y otros a los que cree estar volviendo cuando en realidad los lee por primera vez. Ambos libros tienen ese efecto irreproducible con facilidad; esto es, el carácter de “libro de arena”, de libro mutante, que cambia bajo nuestros ojos, que parece crecer y reproducirse, acortarse y alargarse. Hay pocos libros que susciten una impresión tan clara y diversa: ofrecen y esconden, muestran y al mismo tiempo difieren.
Toda la obra de Cortázar está fechada, tiene una data precisa que no necesita corroboración. Basta leer sus cuentos y novelas para advertir en qué época fueron escritos, bajo qué influjo, en medio de qué ruidos. En La vuelta al día... y en Ultimo round pasa otra cosa: Cortázar, como su Charlie Parker de El perseguidor, parece estar diciendo todo el tiempo: “Esto lo estoy escribiendo mañana”. Lo que vuelve a estos libros, entonces, eternos y poéticos, es que no han terminado de cristalizar, que podrían estar siendo escritos ahora, hoy mismo. Es una virtud de la que carecen muchos libros, pero sobre todo es una virtud de la que carece Cortázar. Es cierto que hay textos, como Noticias del mes de mayo –un largo poema escandido por sentencias de Mayo del 68– o Sílaba viva –“Qué vachaché, está ahí aunque no lo quieran,/ está en la noche, está en la leche,/ en cada coche y cada bache y cada boche...”–, un infantil homenaje al Che Guevara, que no pueden leerse sin echar un vistazo al colofón. Pero hay otros (Canada Dry; Casi nadie va a sacarlo de sus casillas; Tu más profunda piel; Las buenas inversiones; Del gesto que consiste en ponerse el dedo índice en la sien y moverlo como quien atornilla y destornilla; Grave problema argentino: querido amigo, estimado o el nombre a secas; y, especialmente, Me caigo y me levanto) que no tienen fecha de vencimiento. Más todavía: el lector tiene la impresión de que el día en que pueda decir que ha comprendido finalmente ambos libros no llegó todavía, no llegará nunca.
La vuelta al día... y Ultimo round vienen presentados por los editores como collages. Está perfecto. Pero a ambos podría corresponderles otra palabra igualmente adecuada: son cócteles. Es decir, la combinación de ingredientes aparentemente incompatibles que da lugar a un producto único.
Son textos que, considerados de manera independiente, podrían tener un efecto nocivo o tal vez benéfico, no tiene importancia, pero que incorporados en un libro resultan absolutamente excitantes y embriagadores.
Es cierto, a diferencia de tantos otros escritores, argentinos y no, Cortázar parece haberse propuesto expresamente transitar todos los géneros, todos los estilos y todas las escuelas. Está el Cortázar de los relatos que parece rendirle tributo a Borges a cada línea. Está el Cortázar costumbrista de Los premios; el políticamente comprometido del Libro de Manuel y Viaje alrededor de una mesa; el que rinde tributo a Henri Michaux con Un tal Lucas (cuya idea central surge de Un certain Plume, del poeta belga); el que en Rayuela aplica a Raymond Roussel en la construcción de un relato que puede ser leído de distintos modos, saltanto de un capítulo a otro, yendo de atrás para adelante y de adelante para atrás; el morelliano, que como pocos escritores en la historia es capaz, con 62 Modelo para armar, de llevar a la práctica cierto proyecto de novela teorizada en los dictados de un personaje que se la pasa haciendo incursiones rápidas y efectivas en Rayuela (Morelli, justamente).
Luego está el poeta, no tan malo como algunos pretenden, e incluso genial por momentos (comprometido, costumbrista, antiperonista, procubano y lírico). Está el Cortázar epistolar, el Cortázar con voz propia recitando Torito en un disco de vinilo y el Cortázar que es ejemplo de cortazarismo, algo que nadie tiene mucha idea de qué es, pero que en cualquier caso funciona como el lugar común del que pretende remarcar que algo escrito con alguna pretensión inclasificable no lo es tanto. Y está el Cortázar que es todos esos al mismo tiempo. Se trata de esas dos creaciones únicas e incomparables, hechas en colaboración con el artista plástico Julio Silva entre 1967 y 1969, que viera sucesivas ediciones en México y que luego de años de ausencia en librerías vuelven a aparecer en el país editados por Siglo XXI.
Julio Silva y Cortázar volverían a trabajar juntos en un libro que vio la luz en 1984 (Silvalandia), el año de la muerte de Cortázar. Pero lo cierto es que para entonces ya nada fue igual. Nada fue igual pero también es innegable que a Cortázar no le gustaba repetir recetas (o que al menos no le gustaba repetirlas durante mucho tiempo). Con Silvalandia no habían (ni él ni Silva) pretendido repetir las experiencia de La vuelta al día... y Ultimo round. Julio Silva y Cortázar se conocieron en 1955, cuando Silva, después de estudiar en el taller de Battle Planas, decidió probar suerte en París. Parece que Cortázar no dejaba de quejarse de la mala impresión y diagramación de sus libros; Silva le ofreció su ayuda y así surgieron las tapas para Rayuela, Todos los fuegos el fuego y Bestiario. Pero una cosa es ser responsable del aspecto de una tapa y otra tener a cargo la diagramación completa (tapa incluida) de dos libros.
Hay un testimonio donde Julio Silva da cuenta de las tribulaciones de ambos para ilustrar un texto de Cortázar publicado en Ultimo round (Muñeca rota) con una serie de fotos. Cuenta Silva: “Como se trataba de la historia de una muñeca descuartizada, fuimos juntos a comprar una”, dice Silva. “La llevamos al departamento de Cortázar y le quitamos los brazos y las piernas. Yo la iba moviendo y él tomaba las fotos. Después, durante todo el día, no pudimos hablarnos ni mirarnos por la culpa. Lo vivimos como algo sádico”.
Historia gráfica. La vuelta al día... y Ultimo round siguen resultando inclasificables, como ya dijimos, debido a la mezcla de géneros y estilos. Pero hay algo más. El carácter de su estructura verdaderamente original radica en que, por una vez (dos veces, en realidad) Cortázar no parece estar rindiendo tributo a nadie –dentro de ambos libros se rinde tributo a mucha gente, porque Cortázar no se cansaba de halagar a sus maestros, pero eso es otra cosa. La propuesta gráfica de Silva no volvió a repetirse en el diseño gráfico editorial argentino –y no volverá a repetirse, a riesgo de que su autor sea acusado de plagiario. ¿En qué consiste ese diseño? A primera vista, en la ausencia de diseño; esto es, en la capacidad del libro de adaptarse a sus propias exigencias (a las exigencias de su autor), de modo que abundan los cambios de tipografías, los textos en sentido horizontal, las fotografías a página completa, los textos en negrita, los dibujos, las bastardillas...
Cuando ambos textos aparecieron por primera vez, en 1967 y 1969, respectivamente, la presentación editorial difería bastante. La vuelta al día... supo tener siete ediciones entre 1967 y 1969 en un solo tomo levemente rectangular, con un diseño interior basado en dos columnas, en la más grande de las cuales cabía el texto en cuestión, quedando la otra disponible para las notas, las fotografías, las ilustraciones o, sencillamente, el vacío de la letra.
La primera edición de Ultimo round, en cambio, a pesar de constar de un solo tomo, tuvo en su primera edición (10 mil ejemplares impresos en Italia) una disposición muy diferente. El libro constaba de dos libros, unidos por la misma tapa: planta baja y primer piso. La planta baja era elongada, espacio propicio para reproducir copias de contactos fotográficos y poemas (además de textos cortos como el del recuadro Trabajos...). El primer piso, a dos columnas, ocupaba dos tercias partes del libro, y allí la fórmula de La vuelta al día... parecía repetirse (no del todo: sólo parecía).
Ya en 1970, la editorial Siglo XXI de México optó por una solución gráfica menos onerosa y práctica: redistribuyó los textos y organizó el libro en dos pequeños tomos de bolsillo (y en el camino, por razones que hasta ahora nadie pudo explicar, quedaron poemas como los que integraban el capítulo Razones de la cólera, que incluía el famoso La patria, tal vez la manifestación más claramente antiperonista de un Cortázar después del crítico relato Casa tomada.
Es probable que, dos años después de la primera edición, Cortázar ya no se sintiera tan antiperonista como cuando había abandonado el país rumbo a París, en 1951, cansado ya de “los bombos que no me dejaban escuchar a Bartok” (ver recuadro Conjeturas...).
Ultimo round conoció en España sendas ediciones olvidables a cargo de las editoriales Debate y Destino, donde el diseño gráfico de Julio Silva brillaba por su ausencia y en los que se limitaban a reproducir, uno después de otro, los textos de Cortázar. Hasta la actualidad, La vuelta al día... ha sido reimpresa una veintena de veces en México, lo mismo que Ultimo round. Pero ambas ediciones no estaban al alcance de cualquier bolsillo. Ahora, a cuarenta años de su primera edición, en un esfuerzo de los editores por pagar una deuda de amor con un autor inolvidable, ambos libros aparecen nuevamente en edición argentina.
Descubriendo con Julio. “A mi tocayo”, dice Cortázar, “le debo el título de este libro”. La referencia a Julio Verne y su La vuelta al mundo en 80 días es descarada y descarnada, y el ensayo que comienza así puede considerarse la razón de que muchos lectores hayan accedido a Verne a destiempo, a una edad en que debían vanagloriarse de haberlo leído (y tal vez olvidado).
Lo cierto es que en misceláneas, relatos breves y poemas hay toda una larga serie de escritores, músicos, científicos y artistas con quienes muchos de los que leímos el libro antes de cumplir los veinte años nos topábamos por primera vez:Wittgenstein, Lévi-Strauss, Resnais, Mallarmé, Filloy, Caillois, Rimbaud, Roussel, Foucault, Duchamp, Lezama Lima, Monk, Keats, Queneau... y los nombres siguen. El abanico de lecturas abierto por Cortázar, a la manera de quien hace trucos de manos mostrando las cartas, es inmenso. Al punto que muchos lectores no pueden aún dar por completado el larguísimo listado onomástico.
Cortázar se refiere a todos ellos sin la precaución y los recaudos que suelen inspirar los textos académicos y los ensayos críticos. Se esfuerza por poner de manifiesto el carácter inofensivo de todo lo que es pretendidamente “alto”, “puro”. Contra toda interpretación, siguiendo el fluir de su deseo y su necesidad de compartir un hallazgo o el amor por determinado autor, parece limitarse a proponer su visión de las cosas, invitando al lector a que se aventure en esa selva y corra el placentero riesgo de aportar la suya. Silva, diseñando, por su parte parece decirnos que el artista es aquel siempre disponible y dispuesto a mover los esquemas, incluso los propios, con el único fin de perseguir –y encontrar– lo bello –algo que en La vuelta al día... y en Ultimo round aparece a cada página.
Ambos libros tienen, además, un carácter eterno y poético, no en el sentido de que lo prima en ellos es lo perdurable y musical, sino que pueden leerse con la falta de método con que se leen los libros de poesía, saltando de un texto a otro, llevados por la curiosidad o la simple atracción.
Quien esto escribe, a 30 años de haber emprendido la lectura de ambos libros por primera vez, no está en grado de poder asegurar que los ha leído por completo. Hay textos que recuerda de memoria, y otros a los que cree estar volviendo cuando en realidad los lee por primera vez. Ambos libros tienen ese efecto irreproducible con facilidad; esto es, el carácter de “libro de arena”, de libro mutante, que cambia bajo nuestros ojos, que parece crecer y reproducirse, acortarse y alargarse. Hay pocos libros que susciten una impresión tan clara y diversa: ofrecen y esconden, muestran y al mismo tiempo difieren.
Toda la obra de Cortázar está fechada, tiene una data precisa que no necesita corroboración. Basta leer sus cuentos y novelas para advertir en qué época fueron escritos, bajo qué influjo, en medio de qué ruidos. En La vuelta al día... y en Ultimo round pasa otra cosa: Cortázar, como su Charlie Parker de El perseguidor, parece estar diciendo todo el tiempo: “Esto lo estoy escribiendo mañana”. Lo que vuelve a estos libros, entonces, eternos y poéticos, es que no han terminado de cristalizar, que podrían estar siendo escritos ahora, hoy mismo. Es una virtud de la que carecen muchos libros, pero sobre todo es una virtud de la que carece Cortázar. Es cierto que hay textos, como Noticias del mes de mayo –un largo poema escandido por sentencias de Mayo del 68– o Sílaba viva –“Qué vachaché, está ahí aunque no lo quieran,/ está en la noche, está en la leche,/ en cada coche y cada bache y cada boche...”–, un infantil homenaje al Che Guevara, que no pueden leerse sin echar un vistazo al colofón. Pero hay otros (Canada Dry; Casi nadie va a sacarlo de sus casillas; Tu más profunda piel; Las buenas inversiones; Del gesto que consiste en ponerse el dedo índice en la sien y moverlo como quien atornilla y destornilla; Grave problema argentino: querido amigo, estimado o el nombre a secas; y, especialmente, Me caigo y me levanto) que no tienen fecha de vencimiento. Más todavía: el lector tiene la impresión de que el día en que pueda decir que ha comprendido finalmente ambos libros no llegó todavía, no llegará nunca.
La vuelta al día... y Ultimo round vienen presentados por los editores como collages. Está perfecto. Pero a ambos podría corresponderles otra palabra igualmente adecuada: son cócteles. Es decir, la combinación de ingredientes aparentemente incompatibles que da lugar a un producto único.
Son textos que, considerados de manera independiente, podrían tener un efecto nocivo o tal vez benéfico, no tiene importancia, pero que incorporados en un libro resultan absolutamente excitantes y embriagadores.
Leerlo a Julio, y releerlo, siempre es un viaje que no sabés a dónde te lleva.
ResponderEliminar"La vuelta...." es lo primero que leì de èl.
ResponderEliminarY siempre sostuve que me gustò mas que "Rayuela".
Un abrazo.
leer y releer a Julio,siempre es igual y diferente.
ResponderEliminarse reeditó "El exámen", sabía Rochies?
besitos*
Sinceramente no las he leido, pero habrá que enmendarlo.
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