lunes, 24 de septiembre de 2012

Testigo de uno mismo


Montevideo quince de noviembre
de mil novecientos cincuenta y cinco

Montevideo era verde en mi infancia
absolutamente verde y con tranvías
...
eran tan diferente era verde
...
y qué optimismo tener la ventanilla
sentirse dueño de la calle que baja
jugar con los números de las puertas cerradas
y apostar consigo mismo en términos severos
...
absolutamente verde y con tranvías
y el Prado con caminos de hojas secas
y el olor a eucaliptus y a temprano
                                                                                                   
"Dactilógrafo"

                                                                               La nostalgia se escurre de los libros
                                                                                  se introduce debajo de la piel
                                                                                  y esta ciudad sin párpados
                                                                                   este país que nunca sueña
                                                                              de pronto se convierte en el único sitio
donde el aire es mi aire...
                                                                                           
"Noción de patria"
     
Mario Benedetti 



domingo, 16 de septiembre de 2012

El Sur de Borges


por Federico Guerra
Semanario Lo Más Regional de Lomas de Zamora
Lunes 2 de mayo de 2005 
Edición número 10 - Año 1

Se trata del almacén Santa Rita que fue construido hacia 1870 en la confluencia del Camino Real y el Camino de las Tropas (hoy Quintana y De La Peña) y funcionaba como almacén de ramos generales y despacho de bebidas. ¿Allí Borges escribió El Sur?

Eran tiempos difíciles aquellos de fines de siglo XIX cuando el barro era una constante en las calles de Adrogué debido a inviernos lluviosos que hacían de las huellas polvorientas lagunas inciertas y difíciles para el acceso. Y era ahí, justamente cuando empezaba la labor interminable de los dueños de los almacenes de ramos generales que látigo en mano arriba del caballo hacían malabares para ganarle a la rigurosidad del clima.

Hoy en Adrogué, Quintana y De La Peña, fluye aún viva una esquina que lleva en su esencia ese sabor a campo traviesa e irradia con sus recuerdos olores a nostalgia de tiempos lejanos y de suburbio malevo.
En ese lugar se filmó la película "De eso no se habla" de María Luisa Bemberg y pasaron figuras como Marcelo Mastroiani, Joan Manuel Serrat, Luisina Brando.
Actualmente funciona como restaurante.
Es una esquina donde las anécdotas se han multiplicado en aquellos años de calles de barro y casas estilo chorizo, a lo largo.
Un almacén de ramos generales era lo que se erigía entre esos ladrillos a la vista que hoy cualquier visitante ve como una casona de antaño. Esta edificación tiene una historia particular que se ha gestado en 1870 cuando por ese tiempo confluían el Camino Real y el de Las Tropas (actuales avenida Hipólito Yrigoyen y avenida General Frías ). Confluencia aquella ganada por la geografía desnuda que hacía ver las distancias más cercanas.
De conchilla y sin revoque, esa estructura era punto de copas, cuentos y duelos borgeanos.
En 1924 el lugar tomó forma de bar y cuentan que Jorge Luis Borges inspiró de ese aire para poder escribir algún que otro cuento de malevos y cuadreros... como El Sur.
Allí se compraba de todo y quienes venían del campo traían sus listas en las que detallaban los víveres que se necesitaban todo el mes.
Y en ese reducto, a veces bravo, el almacenero hacía los paquetes mientras una grapa en esas mesas sin manteles era la compañía ideal junto a una charla con otros hombres que deambulaban por el local. Así se completaba la escenografía del almacén de ramos generales.
Páramos despoblados que según papeles amarillentos recién comenzaron a consolidarse como urbanos hacia la década del '40 del siglo pasado. Una gacetilla de remate de 1943 de la empresa Rufino de Elizalde & Compañía ofrecía en Adrogué, F.C.S., al lado de la estación Turdera, 189 lotes y una casa quinta con calles afirmadas pagas.
Tiempos donde todo se vendía suelto: desde el aceite hasta el vino. El azúcar se despachaba en papel madera y la yerba, también al peso.
Un trato amable entre el almacenero y el cliente era lo que amigaba al comprador y vendedor en esos años de casas sin ochavas con palenques para atar los caballos en la puerta de cada almacén.Distinta era esa comunicación a la que hoy se respira en las grandes tiendas y supermercados.
Así era la vida de aquellos años: distinta, de a caballo y con compras que se hacían en un solo lugar: el almacén de ramos generales.

Click aquí por El Sur de Borges 

viernes, 14 de septiembre de 2012

Al maestro


Mucho gusto
Se habían encontrado en la barra de un bar, cada uno frente a una jarra de cerveza, y habían empezado a conversar al principio, como es lo normal, sobre el tiempo y la crisis; luego, de temas varios, y no siempre racionalmente encadenados. Al parecer, el flaco era escritor, el otro, un señor cualquiera. No bien supo que el flaco era literato, el señor cualquiera, empezó a elogiar la condición de artista, eso que llamaba el sencillo privilegio de poder escribir.-No crea que es algo tan estupendo -dijo el Flaco-, también hay momentos de profundo desamparo en lo que se llega a la conclusión de que todo lo que se ha escrito es una basura; probablemente no lo sea, pero uno así lo cree. Sin ir más lejos, no hace mucho, junté todos mis inéditos, o sea un trabajo de varios años, llamé a mi mejor amigo y le dije: Mira, esto no sirve, pero comprenderás que para mí es demasiado doloroso destruirlo, así que hazme un favor; quémalos; júrame que lo vas a quemar, y me lo juró.
El señor cualquiera quedó muy impresionado ante aquel gesto autocrítico, pero no se atrevió a hacer ningún comentario. Tras un buen rato de silencio, se rascó la nuca y empinó la jarra de cerveza.
-Oiga, don -dijo sin pestañear-, hace rato que hemos hablado y ni siquiera nos hemos presentado, mi nombre es Ernesto Chávez, viajante de comercio -y le tendió la mano.
-Mucho gusto -dijo el otro, oprimiéndola con sus dedos huesudos-, Franz Kafka, para servirle.











Mario Benedetti

lunes, 10 de septiembre de 2012

Cees Nooteboom

"Así pudo ser poesía selecta"
Fernando García de la Banda - 2003


Cees Nooteboom (La Haya, 1933) es uno de los más importantes y originales escritores en lengua neerlandesa, y ha sido traducido a innumerables lenguas. Es también junto con su compatriota Harry Mulisch y el belga flamenco Hugo Claus, uno de los más conocidos en España, país por el que siempre ha sentido una atracción especial, y en donde sus libros desde principios de los años noventa han llegado cada vez más al gran público.
Su primera novela El paraíso está aquí al lado (1955), inspirada en un viaje en auto-stop por toda Europa, fue el principio de la unión entre literatura y viaje que le ha acompañado toda su vida: el viaje como inspiración literaria y también como experiencia interior que no tiene límite. Desde entonces ha seguido viajando por todo el mundo, trabajando como periodista y escritor, y viviendo en constante nomadismo entre Holanda, España y Alemania, el país donde su obra es más conocida y valorada, y donde prácticamente se ha convertido en una figura pública. Nooteboom es autor de novelas, ensayos, poesía y libros de viaje (género en el que es pionero en Holanda), y traductor de poesía española, catalana, francesa y alemana, y de teatro americano.
Este escritor preocupado por el europeísmo y los nacionalismos, no se siente especialmente neerlandés sino una especie de ciudadano del mundo, con marcadas raíces europeas, que le han valido el apelativo de europeo nato por su compromiso con el ideal de un europeísmo respetuoso con la identidad de los distintos pueblos. Su interés por el presente le ha llevado a vivir en primera persona acontecimientos históricos como los de Hungría en 1956 París en 1968 y Berlín en 1989. Y ha dejado constancia de ellos en sus ensayos y escritos periodísticos, con un estilo, una visión personal, y un interés por el detalle que hacen que sus crónicas vayan más allá del periodismo.
Gran parte de su obra en prosa ha sido traducida al español. Rituales (1980), que fue la novela que lo consagró en su país natal, pero el que más contribuyó a su popularidad en España fue El desvío a Santiago (1992), un ensayo que muestra su relación de más de cuarenta años con España. En este libro que es a la vez una erudita guía de viajes y un autorretrato melancólico, logró concentrar el autor todo su conocimiento y fascinación por España. El día de todas las ánimas (1998) es su última novela y la que considera más ambiciosa, y Hotel Nómada (2002) una fantástica recopilación de artículos y relatos de viaje sobre sus experiencias de periodista y viajero en lugares como Gambia, Mali, El Sahara, Bolvia o México. 
Otras novelas traducidas al español son : En las montañas de Holanda (1984), y las novelas cortas Una canción del ser y la apariencia (1981) ¡Mokusei! (1982), El buda tras la empalizada (1986) y La historia siguiente (1991).
La poesía de Cees Nooteboom, como toda su obra, se caracteriza por cierto distanciamiento. Su mirada es la del espectador, un viajero que se detiene a contemplar el mundo, desde la incertidumbre y la admiración, para luego continuar su camino. Es una poesía, por tanto, reflexiva, filosófica, contemplativa: de nuevo el viaje es interior. En ella encontramos el culturalismo no exhibicionista de un hombre que declara tener un respeto sagrado por el conocimiento, pero sin pretensiones de erudición, y también se aprecia la huella profunda de oriente, que se manifiesta en el anhelo -evidentemente frustrado- de abandonar la razón y sus abstracciones, e incluso el propio yo (véase yo) en cierto esencialismo formal, y en una tendencia a la composición al modo de los paisajes japoneses, con colores muy vivos, elementos planos y muy marcados, sin artificios, con delicada elegancia, pero también con toda la fuerza de la naturaleza.
La temática tiempo muerte, el desgaste inevitable de todo, es probablemente el eje central de una obra que presenta otros temas que la atraviesan: los dualismos (realidad apariencia, presencia ausencia ser no ser) la indagación meta poética, un sentido casi místico de la visión, en donde el ojo interior nos convierte en dioses, y el rechazo a un mundo caótico y banal, como un ermitaño de la palabra.
Su poética se encuentra resumida en Cebo: la poesía nunca puede tratar de mí, ni yo de la poesía. Yo estoy solo, el poema está solo, y el resto es de los gusanos.
Sus imágenes son materiales, a menudo elementos de la propia naturaleza (fuego, agua, rocas, sol y nieve), y también sus metáforas, que se perciben por los sentidos, parecen querer huir de toda abstracción. La fuerza de su poesía se apoya en la sonoridad de la versificación rítmica germánica, en leves asonancias o aliteraciones y en la propia materialidad de las palabras, que él prefiere todo lo concretas que sea posible. A esto hay que añadir una preferencia marcada por las palabras agudas al final de verso, y sobre todo como cierre del poema, lo que en sus propias palabras produce un efecto de látigo.

Borges 
A una moneda

Río de la Plata, la tormenta
azota el agua. Tú que aún puedes ver
escribes la ciudad que desaparece en el nombre 
de sus letras, la desembocadura
el océano. Viaje de invierno del poeta.

Pero ¿qué te sucede?
¿Cuál de todas tus almas 
saca ahora de tu bolsillo esa moneda
y la arroja desde la cubierta más alta,
un destello
en el negro de las olas?

¿O acaso no eras tú, de nuevo,
sino ese otro llamado también Borges
el doble en el espejo 
del poema soñado?

Dos veces, dices, añadiste algo
a la historia del planeta,
dos series interminables, paralelas
y tal vez infinitas,

tu existencia, y la de esa mísera moneda
que allí en lo más hondo de las profundidades
comienza ahora la progresión mágica 
del consumirse
aunque no lo sabe.

Tú sí, por eso estás celoso
y feliz. Tu júbilo secreto fue
penetrar en el destino. Retorno,
infinitud, fábulas con las que jugar.

Así arrojaste tu obra
al tiempo,
palabras, un día empezadas como nada,
como pensamiento, como frase, como poema
escritura transformada en libro
de mármol, y luego hundiéndose
perdida, corroída
por mil ojos aún no nacidos,
otra vez convertida en palabras sin poeta,
y más aún,
letras en la piedra más y más ilegibles,
susurro de fragmentos,
el eco enigmático
de un tiempo prehistórico,

hasta esa única y última 
redención,

alcanzada
ausencia.

domingo, 2 de septiembre de 2012

El taller literario de cinco minutos




El único taller literario al que fui duró cinco minutos, yo tenía dieciseis años. Había escrito un cuento larguísimo que se llamaba "El último poeta". Y fui a léerselo a un viejo, muy raro y muy sabio, que vivía en San Pedro, Bosio Arnaes, que parecía un búho. Había escrito una novela inmensa sobre los isleños. Una de las últimas veces que lo vi estaba estudiando ruso para leer a Dostoievski en ruso; la última, casi ciego, lo estaba leyendo en ruso. Recuerdo su mesa llena de papeles y de mapamundis. Lo que voy a decir ahora ya lo conté muchas veces, y hasta lo escribí, pero ya que estoy lo vuelvo a contar. A la gente le gusta que le cuenten siempre lo mismo, por eso existe la literatura. La cosa es que voy a la casa de Bosio Arnaes y le leo el principio de mi cuento, que empezaba así: "Por el sendero venía avanzando, el viejecillo". Y fue todo lo que leí, porque me paró y me dijo: "¿Por qué sendero y no camino? ¿Por qué en lugar de 'avanzando' no ponemos 'caminando'? La gente no avanza, camina. ¿Por qué 'viejecillo' y no 'viejito' o 'viejo' o 'anciano'? ¿Por qué 'el' viejecillo y no 'un' viejecillo, dado que no conocíamos el personaje?" Y cuando yo ya pensaba que era imposible cometer tantos errores en una frase tan corta, me preguntó por qué no lo había escrito, por lo menos en el sentido gramatical lógico: "El viejecillo venía avanzando por el sendero". Yo era muy joven y arrogante, mi única respuesta fue "porque ese es mi estilo, señor". El viejo me miró largo y dijo: "Antes de tener estilo, hay que aprender a escribir". Ese fue mi único taller literario, cinco minutos de duración. Desde entonces creo que corregir es un trabajo de humildad, arriesgarse a descubrir que aquello que escribiste puede no ser estupendo sino más bien un mamarracho.

Abelardo Castillo