viernes, 23 de enero de 2015

Veintitrés de enero, hoy es el día de él...


Volví a Buenos Aires hace cuatro días; mezquina ciudad, supo robarme en horas la paz acumulada para enfrentarla, para que convivamos en armonía. Lo mejor que me pasó fue descubrir que "Deshoras", uno de los libros pendientes de Julio, pasaría a estar en mi lista de favoritos. También empecé "62, modelo para armar".
Lo mejor que se me ocurrió es la decisión de volver por seis días más al mar. Faltan solo cuarenta y ocho horas para eso...
Esta vez viajaré ligera de equipaje y con varios libros, ya no desconozco cuál fue el ritmo de lectura en el mar. Y mi casita será otra, la "Casablanca", al lado de los sabores de la Patagonia, donde había sido el último brindis.
Y me desperté pensando en él, hubiera anhelado soñarlo como hasta ahora nunca me pasó...
Un veintitrés de enero, hace dos años, escribí esto:

Mario Levrero
Hoy el día es de él. Ineludible.
Bajo el gobierno de Urano y Saturno, hace setenta y tres años, nació un señor que yo iba a querer mucho, conocerlo otro tanto, aunque seguramente no nos hayamos cruzado nunca. Y si digo seguramente y no lo afirmo es porque vivió también en Buenos Aires y quién podría discutirlo.
Acaso no son a veces nuestros escritores nuestros mejores amigos... 
Habitó Colonia y sus tiemposMontevideo, y creo que no era muy devoto de los aviones. Tenía un tema con las palomas, la tecnología, con las horas sin dormir y los espacios, lo vacío o lleno de sus discursos; el vínculo entre una buena caligrafía y un supuesto orden psicológico. Siento que siempre buscó la paz. Ignoro si alguien le dijo que vino a regalarnos tantos momentos de buena literatura. Cuántos lo consideraron luminoso. Cuánto nos regaló en su primera persona. Cuánto nos hizo reír su detective.
Hace muy poco la causalidad, la amistad, hicieron que supiese que su casa de Colonia era hoy posada y tardé en llegar lo que el barco y las seis o nueve habitaciones disponibles lo permitieron. 
He charlado con sus vecinos, sus casi biógrafos, y mucho antes, abrazado fuerte a su hijo -al de siempre-, y al del corazón; recorrido infinidad de estanterías buscando sus huellas; preguntado siempre por él desde que nos conocemos: desde el año 2010.
Fue por ahí, por un rincón de Tristán que nos cruzamos. Quedan pocas páginas por encontrar. Mucho por releer. Algunos consideran que eso es un lujo a celebrar.
Recuerdo cómo un Larga vida a Onetti terminó siendo Levrero Luminoso, con los ojos llenos de lágrimas de Marcial, su primer editor.
El jueves próximo, un juego propuso la página cincuenta y tres del libro en el que estemos sumergidos y a pesar de "La Eneida", mi verdad tiene que ver con "El alma de Gardel".
Sé que me enamoré sin retorno desde "Dejen todo en mis manos", y que también supe esa tarde montevideana, con mi ventana que miraba al Solís, que sería para siempre. 
Aún escucho tus palabras: "y eso que no has descubierto La máquina de pensar en Gladys", y entonces me traslado a Luján, a un 57 para charlar un ratito con vos, Jorgito, y entro en "El Sótano" para saber mucho tiempo después que ese había sido tu hallazgo y tu enojo, Nicolás. Aunque en aquellos primeros cafés de La Paz, recuerdo que dijiste inmediatamente "Gelatina".
Hoy es su día. 

Hoy a dos años de ese día, con tanto camino recorrido y tanto escollo sorteado, solo le dediqué unas palabras en mi muro. Imposible olvidarte, Mario...

"Hoy veintitrés de enero es el cumpleaños de él. Uno de los más grandes. Para mí no necesita presentación. 
Es Don Mario Levrero.
Ámolo con toda mi alma, y lo bendigo donde esté por cada una de las letras que nos supo regalar de aquí a la eternidad. Que estés en paz. Solo eso".