
Buenos Aires, hacía mil novecientos cuarenta y seis, engendró otro Rosas, bastante parecido a nuestro pariente. El cincuenta y cinco, la provincia de Córdoba nos salvó, como antes Entre Ríos. Ahora, las cosas andan mal. Rusia está apoderándose del planeta; América, trabada por la superstición de la democracia, no se resuelve a ser un imperio. Cada día que pasa nuestro país es más provinciano. Más provinciano y más engreído, como si cerrara los ojos. No me sorprendería que la enseñanza del latín fuera reemplazada por la del guaraní.
Sólo los individuos existen, si es que existe alguien.
Nuestra conversación ya había durado demasiado para ser la de un sueño.
El poema gana si adivinamos que es la manifestación de un anhelo, no la historia de un hecho.
Respondí que lo sobrenatural, si ocurre dos veces, deja de ser aterrador.
Le propuse que nos viéramos al día siguiente, en ese mismo banco que está en dos tiempos y en dos sitios.
El encuentro fue real, pero el otro conversó conmigo en un sueño y fue así que pudo olvidarme; yo conversé con él en la vigilia y todavía me atormenta el encuentro.
El otro
Mi relato será fiel a la realidad o, en todo caso, a mi recuerdo personal de la
realidad, lo cual es lo mismo.
lo que decimos no siempre se parece a nosotros.
fue nuestra y la perdimos, si alguien puede tener algo o algo puede perderse.
Me dijo que le gustaba salir a caminar sola.
Recordé una broma de Schopenhauer y contesté:
A mí también. Podemos salir juntos los dos.
El milagro tiene derecho a imponer condiciones.
No incurrí en el error de preguntarle si me quería. Comprendí que no era el
primero y que no sería el último.
Siempre es una palabra que no está permitida a los hombres, afirmó UIrica.
Como la arena se iba el tiempo.
Ulrica
Por indecisión o por negligencia o por otras razones, no me casé, y ahora estoy solo. No me duele la soledad; bastante esfuerzo es tolerarse a uno mismo y a sus manías. Noto que estoy envejeciendo; un síntoma inequívoco es el hecho de que no me interesan o sorprenden las novedades, acaso porque advierto que nada esencialmente nuevo hay en ellas y que no pasan de ser tímidas variaciones.
Cuando era joven, me atraían los atardeceres, los arrabales y la desdicha; ahora, las mañanas del centro y la serenidad.
me he acostumbrado a Buenos Aires, ciudad que no me atrae, como quien se acostumbra a su cuerpo o a una vieja dolencia.
que el periodista escribe para el olvido y que su anhelo era escribir para la memoria y el tiempo.
no sé si había un estrado o si la memoria lo agrega.
Recuerdo su aire frágil, que es atributo de ciertas personas muy altas, como si la estatura les diera vértigo y los hiciera abovedarse.
prefiero revelar de una buena vez lo que comprendí gradualmente.
Al cabo de una larga navegación, río arriba, y de una travesía en balsa, pisamos la otra banda, un amanecer.
Conservo aún mis dos imágenes de la estancia: la que yo había previsto y la que mis ojos vieron al fin.
Me pareció construida para el rigor y para el largo tiempo.
la poesía, cuyas formas exigen la brevedad.
recuerdo la caricia de la nieve, que yo nunca había visto y que agradecí.
Beatriz no quiso ver el barco; la despedida, a su entender, era un énfasis, una insensata fiesta de la desdicha, y ella detestaba los énfasis. Nos dijimos adiós en la biblioteca donde nos conocimos en otro invierno. Soy un hombre cobarde; no le dejé mi dirección, para eludir la angustia de esperar cartas.
He notado que los viajes de vuelta duran menos que los de ida, pero la travesía del Atlántico, pesada de recuerdos y de zozobras, me pareció muy larga. Nada me dolía tanto como pensar que paralelamente a mi vida Beatriz iría viviendo la suya, minuto por minuto y noche por noche. Escribí una carta de muchas páginas, que rompí al zarpar de Montevideo.
ese amor que las mujeres jóvenes suelen profesar por los hombres viejos...
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