En la ventana estaban los tejados de siempre y el sol nublado de las seis. Me pareció increíble que ese día sin premoniciones ni símbolos, fuera el de mi muerte implacable.
Después reflexioné que todas las cosas le suceden a uno precisamente, precisamente ahora.
Los innumerables pasados que confluyen en mí.
Me sentí por un tiempo indeterminado, percibidor abstracto del mundo. El vago y vivo campo, la luna, los restos de la tarde, obraron en mí...
La tarde era íntima, infinita, el camino bajaba y se bifurcaba, entre las ya confusas praderas.
Creía en infinitas series de tiempos,
Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmentese ignoran, abarca todas las posibilidades.
El tiempo se bifurca perpetuamente hacia innumerables futuros.
Esta perfecta explicación de los caminos que se bifurcan del tiempo siempre me dio algo de miedo, por que a veces me deja la sensación de que es algo incontrolable, que cada elección, que cada desvío, lo que provoca es el imposible de marchar atrás, de modificar el camino, de arrepentirse y yo, a veces, casi siempre, siento que me voy equivocando. Borges dando palabras a lo que parecía innombrable, a cosas tan raras como el infinito, es inigualable.
ResponderEliminarEvidentemente esa idea de caminos que se bifurcan frente al destino es algo que persiste en la obra de Borges. Una idea que -salvando las distancias- algunas veces también he percibido. Como esa sensación de poder contemplar el universo desde una postura abstracta, sin que los sentimientos distorsionen esa contemplación, algo que me atrae y me resulta extrañamente conocido
ResponderEliminarHablar de perfección al referirse a cualquier relato del maestro Borges suena siempre a evidente, pero es que en el caso particular de este cuento, como en el de El Aleph, por ejemplo, parece casi obligado decir que lleva esa perfección a alturas no frecuentadas por casi ningún otro escritor. La frase "... todas las cosas le suceden a uno..." es una de mis citas de cabecera, además.
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