Discusión, Jorge Luis Borges
Emecé, 1957
Jorge Luis Borges, inicia su ensayo, anticipándonos que formulará y además justificará algunas propuestas que desde el inicio cataloga de escépticas, no sólo por lo imposible que pudiese resultar resolver “el problema del escritor argentino y su tradición”, sino por la sola existencia del mencionado conflicto; además de calificarlo de: mera apariencia, seudoproblema, o simulacro. Continúa exponiéndonos, planteos y soluciones, que han sido considerados corrientes; soluciones sin razonamiento, relacionadas exclusivamente con la idea de arquetipo.
Con la misma convicción refiere al Martín Fierro como la obra más perdurable escrita por un argentino, y no por ello canónica.
Cita el libro de Rojas, consagrado al análisis de la poesía gauchesca, como continuación y magnificación de la de los payadores, y discrepa con esta afirmación; no sólo razonándola, sino ejemplificándola; tanto por sus diferencias, como por el propósito de los poetas.
Más tarde, hace referencia al vocabulario que utiliza José Hernández, que no se limita a los criollismos y al color local, sino que se permite recurrir (tal vez con la intención de distanciar su poesía de la gauchesca) a temas abstractos tales como: el tiempo, el espacio, el mar, la noche, y la filosofía.
Borges, reniega de la convicción de que la poesía, para ser etiquetada de argentina, deba indefectiblemente recurrir a estas diferencias y al color local, para contraponer más adelante al Martín Fierro, con los sonetos de La urna, de Enrique Banchs, los que ameritan, a su criterio, la misma “argentinidad” que el primero.
Defiende entonces, la poesía de Banchs, que logra distanciar lo escrito de lo particular y personal, y no por ello ajeno. Tal vez como mera reticencia, sí argentina, a la confesión y a la intimidad.
Rechaza la certeza, que además califica de nueva y moderna, de que la literatura de un país deba definirse por sus propios rasgos diferenciales; como si el hecho de escribir sobre nuestro pueblo, nos volviese universales. Define esta situación de tan limitativa como foránea; para citarnos como ejemplo a Racine que no negó su derecho a referirse a la antigüedad clásica, ante el riesgo de no ser considerado un poeta francés.
Se permite confesarnos, que años antes, necesitaba incluir en libros que califica de “olvidables y olvidados”, los sabores, los barrios de Buenos Aires, la milonga, los cuchilleros; abusando de localismos y criollismos, y que para entonces, hacía ya un año acababa, de escribir La muerte y la brújula, donde prefirió deformar elementos y lugares de Buenos Aires, logrando así el verdadero sabor que antes había buscado transmitir en vano.
Se muestra abierto a las influencias extranjeras que puedan constar en una obra.
De hecho, del momento que se suele tomar a los argentinos, como una solución de continuidad entre nuestro país y Europa, esta misma situación lo invitaría, ante la carencia de pasado, a vivir en una suerte de error e ilusión de ser europeo; sin la aceptación de su soledad, de su perdición, de su carácter primitivo, que aprovecha para clasificar de tan patética y encantadora, como el existencialismo.
Reconoce como tradición argentina innegable y también sudamericana, a la occidental; por la posibilidad de manejar a veces hasta con irreverencia, todos los temas europeos.
Atribuye el problema, al determinismo, a esa necesidad fugaz y contemporánea, cuando, la verdadera esencia de la obra de un escritor suele ser ignorada por éste, para entonces recordar a Swift y Los viajes de Gulliver; lejanos por completo, en su resultado, de la intención de su autor.
Concluye así: "Creo que si nos abandonamos a ese sueño voluntario que se llama creación artística, seremos argentinos y seremos, también, buenos o tolerables escritores."
Emecé, 1957
Jorge Luis Borges, inicia su ensayo, anticipándonos que formulará y además justificará algunas propuestas que desde el inicio cataloga de escépticas, no sólo por lo imposible que pudiese resultar resolver “el problema del escritor argentino y su tradición”, sino por la sola existencia del mencionado conflicto; además de calificarlo de: mera apariencia, seudoproblema, o simulacro. Continúa exponiéndonos, planteos y soluciones, que han sido considerados corrientes; soluciones sin razonamiento, relacionadas exclusivamente con la idea de arquetipo.
Con la misma convicción refiere al Martín Fierro como la obra más perdurable escrita por un argentino, y no por ello canónica.
Cita el libro de Rojas, consagrado al análisis de la poesía gauchesca, como continuación y magnificación de la de los payadores, y discrepa con esta afirmación; no sólo razonándola, sino ejemplificándola; tanto por sus diferencias, como por el propósito de los poetas.
Más tarde, hace referencia al vocabulario que utiliza José Hernández, que no se limita a los criollismos y al color local, sino que se permite recurrir (tal vez con la intención de distanciar su poesía de la gauchesca) a temas abstractos tales como: el tiempo, el espacio, el mar, la noche, y la filosofía.
Borges, reniega de la convicción de que la poesía, para ser etiquetada de argentina, deba indefectiblemente recurrir a estas diferencias y al color local, para contraponer más adelante al Martín Fierro, con los sonetos de La urna, de Enrique Banchs, los que ameritan, a su criterio, la misma “argentinidad” que el primero.
Defiende entonces, la poesía de Banchs, que logra distanciar lo escrito de lo particular y personal, y no por ello ajeno. Tal vez como mera reticencia, sí argentina, a la confesión y a la intimidad.
Rechaza la certeza, que además califica de nueva y moderna, de que la literatura de un país deba definirse por sus propios rasgos diferenciales; como si el hecho de escribir sobre nuestro pueblo, nos volviese universales. Define esta situación de tan limitativa como foránea; para citarnos como ejemplo a Racine que no negó su derecho a referirse a la antigüedad clásica, ante el riesgo de no ser considerado un poeta francés.
Se permite confesarnos, que años antes, necesitaba incluir en libros que califica de “olvidables y olvidados”, los sabores, los barrios de Buenos Aires, la milonga, los cuchilleros; abusando de localismos y criollismos, y que para entonces, hacía ya un año acababa, de escribir La muerte y la brújula, donde prefirió deformar elementos y lugares de Buenos Aires, logrando así el verdadero sabor que antes había buscado transmitir en vano.
Se muestra abierto a las influencias extranjeras que puedan constar en una obra.
De hecho, del momento que se suele tomar a los argentinos, como una solución de continuidad entre nuestro país y Europa, esta misma situación lo invitaría, ante la carencia de pasado, a vivir en una suerte de error e ilusión de ser europeo; sin la aceptación de su soledad, de su perdición, de su carácter primitivo, que aprovecha para clasificar de tan patética y encantadora, como el existencialismo.
Reconoce como tradición argentina innegable y también sudamericana, a la occidental; por la posibilidad de manejar a veces hasta con irreverencia, todos los temas europeos.
Atribuye el problema, al determinismo, a esa necesidad fugaz y contemporánea, cuando, la verdadera esencia de la obra de un escritor suele ser ignorada por éste, para entonces recordar a Swift y Los viajes de Gulliver; lejanos por completo, en su resultado, de la intención de su autor.
Concluye así: "Creo que si nos abandonamos a ese sueño voluntario que se llama creación artística, seremos argentinos y seremos, también, buenos o tolerables escritores."