Parte II
Debo avanzar muy lentamente porque el piso
se hunde, no como pantano sino como carne.
Me llevo algunos minutos recobrar la
totalidad de la conciencia de vigilia y desalojar de la habitación las imágenes
soñadas.
Sí, hace mucho tiempo, hace muchísimo tiempo
que no tengo un instante de distracción, es una responsabilidad exagerada,
ahora lo comprendo, lo que no me deja dormir ni distraerme.
Mi problema es éste. Aquí . La cabeza.
Pienso, pienso mucho. y eso no es bueno: pensando uno puede llegar a saber muchas
cosas, sin necesidad de salir de una pieza.
¡Dios mío! ¡ Las cosas que me han hecho
creer! Aunque nunca les creí del todo ; poco a poco me fui reencontrando a mí
mismo, fui sospechando de ellos, por ciertas cosas minúsculas, gestos,
susurros.
Y les dejo seguir su parloteo incesante.
Después empiezo a fastidiarme no sé si por la sensación de estar excluido, o
porque realmente no me interesa nada de lo que sucede.
Tengo ganas de salir y caminar largamente
por la ciudad, pero me siento aún excesivamente cansado. Y al mismo tiempo
tengo miedo de salir , no solo, y no tanto sino por una seguridad interior que
me asusta más; me asusta el hecho de ignorar una serie dentro de las cuales
moverme, de estar a la expectativa ante lo desconocido , especialmente porque
el cansancio y la confusión mental no dan lugar a una mayor confianza en mí
mismo que me permita enfrentar con serenidad los pequeños grandes escollos que
puedan surgir, desde, por ejemplo, la forma correcta de subir a un ómnibus,
hasta cosas de mayor peligro.
Me movía con rapidez, y sentía el cuerpo
rígido, como manejado por un centro nervioso que hubiera tomado el mando,
desplazando a los centros habituales de movimiento.
Me resolví por lo más sencillo es decir,
lo que suponía habría de traerme menos complicaciones.
Un par de alas se abren paso,
automáticamente, a través del saco que acaban de romper. Mi caída es frenada
como por un paracaídas enorme y compruebo con asombro que estoy volando, que
incluso gano altura.
El vértigo había desaparecido. Sentí una
embriaguez especial, una sensación no malsana de poder, y de dicha. Subía hasta
alturas increíbles y luego me dejaba caer, planeando suavemente, con las alas
extendidas y aunque cerrara los ojos no corría riesgo de estrellarme, y me
dejaba guiar en mi vuelo por impulsos arbitrarios y extraños, y sentía, que de
algún modo, estaba trazando en el cielo un dibujo coherente y estético.
Sentí que esta era mi forma natural de
descansar.
Me parecía que todas las experiencias eran
una sola, que no había entre ellas otras diferencias que su pluralidad y los
distintos tiempos en que las había realizado.
Y dentro de mí fue creciendo la
indignación , no sabía bien contra qué, aunque en buena parte lo era contra mí
mismo.
Entré al cuarto y me dejé caer en la cama,
en un estado de ánimo muy confuso, en el que se mezclaban el desaliento y la
esperanza, y un sentimiento de derrota, de humillación.
Y siento, también, la necesidad urgente de
volver a hacer un viaje en ferrocarril. No sé hacia donde. Pero es evidente que
me he equivocado al venir a París. Ahora que no hay nada que me ate a ningún
sitio.
.
No importa; el error está allí, en
planificar. Quizá sea mejor dejarme llevar por la inspiración del momento,
dejarme caer en un lugar cualquiera y esperar allí el amanecer. Lejos de París.
En el otro extremo de la Tierra. En cualquier parte. Volar con los ojos
cerrados y posarme, de pronto, donde el corazón lo indique.