miércoles, 28 de septiembre de 2011

Aquí Alejandra, por Julio Cortazar


París, 9 de septiembre de 1971

Mi querida, tu carta de julio me llega en septiembre, espero que entre tanto estás ya de regreso en tu casa. Hemos compartido hospitales, aunque por motivos diferentes; la mía es harto banal, un accidente de auto que estuvo a punto de. Pero vos, vos, ¿te das realmente cuenta de todo lo que me escribís? Sí, desde luego te das cuenta, y sin embargo no te acepto así, no te quiero así, yo te quiero viva, burra, y date cuenta que te estoy hablando del lenguaje mismo del cariño y la confianza –y todo eso, carajo, está del lado de la vida y no de la muerte. Quiero otra carta tuya, pronto, una carta tuya.
Eso otro es también vos, lo sé, pero no es todo y además no es lo mejor de vos. Salir por esa puerta es falso en tu caso, lo siento como si se tratara de mí mismo.
El poder poético es tuyo, lo sabés, lo sabemos todos los que te leemos; y ya no vivimos los tiempos en que ese poder era el antagonista frente a la vida, y ésta el verdugo del poeta.
Los verdugos, hoy, matan otra cosa que poetas, ya no queda ni siquiera ese privilegio imperial, queridísima.
Yo te reclamo, no humildad, no obsecuencia, sino enlace con esto que nos envuelve a todos, llámale la luz o César Vallejo o el cine japonés: un pulso sobre la tierra, alegre o triste, pero no un silencio de renuncia voluntaria. Sólo te acepto viva, sólo te quiero Alejandra.
Escribíme, coño, y perdoná el tono, pero con qué ganas te bajaría el slip (¿rosa o verde?) para darte una paliza de esas que dicen te quiero a cada chicotazo.
Julio



Homenaje de Julio Cortazar a Alejandra Pizarnik
(29 de abril de 1936 /25 de septiembre de 1972)

Bicho aquí,
contra esto,
pegada a las palabras
te reclamo.
Ya es la noche, vení,
no hay nadie en casa
salvo que ya están todas
como vos, como ves,
intercesoras,
llueve en la rue de l'Eperon
y Janis Joplin
Alejandra, mi bicho,
vení a estas líneas, a este papel de arroz
dale abad a la zorra,
a este fieltro que juega con tu pelo
(Amabas, esas cosas nimias
aboli bibelot d'inanité sonore
las gomas y los sobres
una papelería de juguete
el estuche de lápices
los cuadernos rayados)
Vení, quedate.
tomá este trago, llueve,
te mojarás en la rue Dauphine,
no hay nadie en los cafés repletos,
no te miento, no hay nadie.
Ya sé, es difícil,
es tan difícil encontrarse
este vaso es difícil,
este fósforo,
y no te gusta verme en lo que es mío,
en mi ropa en mis libros
y no te gusta esta predilección
por Gerry Mulligan,
quisieras insultarme sin que duela
decir cómo estás vivo, cómo
se puede estar cuando no hay nada
más que la niebla de los cigarrillos,
cómo vivís, de qué manera
abrís los ojos cada día
No puede ser, decís, no puede ser
Bicho, de acuerdo,
vaya si sé pero es así, Alejandra,
acurrucate aquí, bebé conmigo,
mirá, las he llamado,
vendrán seguro las intercesoras,
el party para vos, la fiesta entera,
Erszebet
Karen Blixen
ya van cayendo, saben
que es nuestra noche, con el pelo mojado
suben los cuatro pisos, y las viejas
de los departamentos las espían
Leonora Carrington, mirala,
Zorn con un murciélago
Clarice Lispector, agua viva,
burbujas deslizándose desnudas
frotándose a la luz, Remedios Varo
con un reloj de arena donde se agita un láser
y la chica uruguaya que fue buena con vos
sin que jamás supieras
su verdadero nombre,
qué rejunta, qué húmedo ajedrez,
qué maison close de telarañas, de Thelonius
que larga hermosa puede ser la noche
con vos y Joni Mitchell
con vos y Hélène Martín
con las intercesoras
animula el tabaco
vagula Anaïs Nin
blandula vodka tónic.
No te vayas, ausente, no te vayas,
jugaremos, verás, ya están llegando
con Ezra Pound y marihuana
con los sobres de sopa y un pescado
que sobrenadará olvidado, eso es seguro,
en una palangana con esponjas
entre supositorios y jamás contestados
telegramas.
Olga es un árbol de humo, cómo fuma
esa morocha herida de petreles,
y Natalia Ginzburg, que desteje
el ramo de gladiolos que no trajo
¿Ves bicho? Así. Tan bien y ya. El scotch.
Max roach, Silvina Ocampo,
alguien en la cocina hace café
su culebra contando
dos terrones un beso
Leo Ferré
No pienses más en las ventanas
el detrás el afuera
Llueve en Rangoon
Y qué
Aquí los juegos. El murmullo
(Consonantes de pájaro
vocales de heliotropo)
Aquí, bichito. Quieta. No hay ventanas ni afuera
y no llueve en rangoon. Aquí los juegos.


viernes, 23 de septiembre de 2011

Idea


"Sin límites la noche, pura, despierta, sola,
solícita al amor, ángel de todo gesto..."


Idea Vilariño, poetisa, crítica literaria, docente, nace en Montevideo el 18 de agosto de 1920 y fallece el 28 de abril del año 2009.
Forjó un espacio poético cimentado en la angustia por la conciencia del límite, donde también hay lugar para el Eros. Y entonces esta voz nos habla del amor también en forma original. En este habita la muerte, ese vacío que acompaña la existencia, la vida: “Amor / desde la sombra / desde el dolor / amor / te estoy llamando / … / te estoy llamando / como la muerte / amor / como la muerte.”
Aún en aquellos poemas en los que se percibe un alto grado de erotismo se llega al clímax y se desciende inevitablemente en la ausencia, en el vacío: “Tu contacto / tu piel / suave fuerte tendida / dando dicha / apegada / al amor a lo tibio / pálida por la frente / sobre los huesos fina / triste en las sienes / fuerte en las piernas / blanda en las mejillas / y vibrante / caliente / llena de fuego / viva / con una vida ávida de traspasarse / tierna / rendidamente íntima. / Así era tu piel / lo que tomé / que diste.”
Vaivén entre el Eros y el Thánatos.
En el poema “Ya no” el adverbio temporal “ya” ubica en el tiempo la negación. Se instala así en un presente permanente que se teje desde el título hasta el último verso del poema. El amor es gozado y padecido por los hombres. El tiempo también y en este ámbito obsesivamente humano se instala el “no” que señala la ausencia y por esta a la muerte: “Ya no será / ya no / no viviremos juntos / no criaré a tu hijo / no coseré tu ropa / no te tendré de noche / … / ya no soy más que yo / para siempre y tú / ya / no será para mí / más que tú. Ya no está / … / no me abrazarás nunca / como esa noche / nunca. / No volveré a tocarte. / No te veré morir.”

Buscamos...
Buscamos
cada noche
con esfuerzo
entre tierras pesadas y asfixiantes
ese liviano pájaro de luz
que arde y se nos escapa
en un gemido.

La angustia ha devenido
apenas un sabor,
el dolor ya no cabe,
la tristeza no alcanza.
Una forma durando sin sentido,
un color,
un estar por estar
y una espera insensata.

Dónde el sueño cumplido...
Dónde el sueño cumplido
y dónde el loco amor
que todos
o que algunos
siempre
tras la serena máscara
pedimos de rodillas

Lo que siento por ti es tan difícil.
No es de rosas abriéndose en el aire,
es de rosas abriéndose en el agua.
Lo que siento por ti. Esto que rueda
o se quiebra con tantos gestos tuyos
o que con tus palabras despedazas
y que luego incorporas en un gesto
y me invade en las horas amarillas
y me deja una dulce sed doblada.
Lo que siento por ti, tan doloroso
como pobre luz de las estrellas
que llega dolorida y fatigada.
Lo que siento por ti, y que sin embargo
anda tanto que a veces no te llega.

Un huésped
No sos mío
no estás
en mi vida
a mi lado
no comés en mi mesa
ni reís ni cantás
ni vivís para mí.
Somos ajenos
túy yo misma
y mi casa.
Sos un extraño
un huésped
que no busca no quiere
más que una cama
a veces.
Qué puedo hacer
cedértela
pero yo vivo sola.

Vive
Aquel amor
aquel
que tomé con la punta de los dedos
que dejé que olvidé
aquel amor
ahora
en unas líneas que
se caen de un cajón
está ahí
sigue estando
sigue diciéndome
está doliendo
está
todavía
sangrando.

Ya no será...
Ya no será,
ya no viviremos juntos, no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa, no te tendré de noche
no te besaré al irme, nunca sabrás quien fui
por qué me amaron otros.
No llegaré a saber por qué ni cómo, nunca
ni si era de verdad lo que dijiste que era,
ni quién fuiste, ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido vivir juntos,
querernos, esperarnos, estar.
Ya no soy más que yo para siempre y tú
Ya no serás para mí más que tú.
Ya no estás en un día futuro
no sabré dónde vives, con quién
ni si te acuerdas.
No me abrazarás nunca como esa noche, nunca.
No volveré a tocarte. No te veré morir.


domingo, 18 de septiembre de 2011

Literatura fantástica y realismo, Abelardo Castillo

Es decir que, para usted, el realismo es un artificio.

—Exactamente, como lo sostenía Borges. Lo que no creo, y en esto difiero de él, es que la literatura fantástica exista. Muchas veces he dicho que lo único que existe es el realismo. Todo lo que podemos imaginar nace de la realidad. No puedo hacer distinciones entre literatura fantástica y realismo.

Hoy tomaremos cuatro historias, cuatro cuentos donde el personaje es el hombre enamorado de una mujer joven y singular por su carácter y belleza, que somete su destino a la merced de sus apariciones y desapariciones.
En los cuatro cuentos Abelardo Castillo traspone los límites de lo real y permite lecturas diversas sobre el tiempo y su relación con otros planos.

En “El tiempo de Milena” se plantea el drama del hombre, que en su tiempo real va envejeciendo mientras que la muchacha que reaparece es siempre la misma joven casi adolescente, que parece habitar un lugar donde el tiempo es otro.

Claro que el tiempo de Milena y el mío no corrían de la misma manera, ni siquiera, quizá, en el mismo sentido. Pero esto lo comprendí del todo muchos años después.
No volví a verla hasta quince años más tarde. Y esto también se escribe fácil. Lo mejor, por ahora, es decir que en esos años los grandes amores no duraban mucho y que el nuestro no fue una excepción. Nos defendíamos del tiempo. Nadie quería que la mujer o el hombre de su vida envejeciera, y eso, supongo, tendía a acortar las pasiones. Era preferible recordar: el recuerdo, como la ceguera, deja los rostros intactos.


En “Muchacha de otra parte” el hombre se enamora de una joven que entra y sale de su vida y que un día lo abandona para siempre. Ignora todo de ella hasta su nombre. Por miedo a perderla no se atreve a preguntarle nada. Con los pocos datos que tiene: un pueblo con calles bordeadas por plátanos y moreras, médanos y un faro. Es lo único que sabe de ese lugar al que la muchacha se marcha siempre y que llama “su casa”. Quince años después de ese último encuentro el hombre, con rostro cansado relata su historia en un bar pueblerino. Aun no la ha hallado.

Sé que lo que voy a escribir ahora suena pueril, novelesco, demasiado fácil de ser escrito; pero nunca supe su verdadero nombre. Tampoco supe dónde vivía ni con quién. No tuve tiempo de asombrarme porque sucedieron dos cosas. Verla ahí, tan irrefutable y casual, me hizo tomar conciencia de que si ella no hubiera vuelto yo no habría tenido manera de encontrarla. La otra, fue algo que dijo. Yo le había preguntado dónde estuviste todo este tiempo, y ella, con distraída alegría, contestó de inmediato: "En casa."
Ni siquiera pensaba la palabra casa en el mismo sentido que yo, en el sentido convencional de objeto para habitar. Había dicho casa como una sirena diría que ha vuelto unos meses al mar. Iba a preguntarle cómo había entrado pero me callé. Desde ese día aprendí a callarme. Para empezar, me resultaba un poco alarmante admitir que su casa, su casa real, en algún barrio de Buenos Aires, me importara mucho menos que el lugar con el que soñaba y del que me hablaba a veces, como si hablara en sueños, sin poner ninguna atención en que ciertos detalles descriptivos coincidieran o no.

“La calle Victoria” cuenta como un hombre entra en una dimensión temporal distinta en la que encuentra a la joven que cree es “la mujer de su vida", en medio de una noche de Carnaval que transcurre sesenta o setenta años antes y a la que sabe que no volverá a ver.

Porque no se trataba siquiera de un sentimiento, era una sensación, como la de estar deslizándose por la noche hacia un lugar querible y remoto, pero no remoto en el espacio, no lejano de se modo, y me miró.
-Como en los sueños -dije yo.
De acuerdo. Yo estaba en otra parte, en otro tiempo. Me había deslizado como por una grieta a un Buenos Aires de cincuenta o sesenta años atrás.
Mientras me hablaba, Villari pronunció la palabra burbuja o esfera, y quería decir que el tiempo que pasó con su dama antigua en ese balcón había sucedido como dentro de una burbuja que los apartaba de los demás, un no-lugar donde el tiempo (la vida, dijo Villari) transcurría en otra dirección y donde, de alguna manera, todo estaba permitido. Su cuerpo inició el movimiento de acercarse a ella, o fue el cuerpo de ella el que lo inició.

En cambio, en “Carpe Diem” la historia es dramática. El hombre tiene una larga relación con una joven. Se enojan y él regresa a su pueblo.
Han pasado seis meses cuando se decide a llamarla por teléfono y pedirle que venga al pueblo. La joven acepta y se encuentran.
Será solo una noche, luego ella se irá para siempre.

que habrá llegado hasta ahí por otro laberinto personal hecho de otras calles y otros recuerdos.
Lo que no entiendo –dije yo– es dónde está la dificultad. No entiendo qué es lo que hay que entender.
–Justamente. No hay nada que entender, ella misma me lo dijo la última tarde. Hay que creer. Yo tenía que creer simplemente lo que estaba ocurriendo, tomarlo con naturalidad: vivirlo. Como si se me hubiera concedido, o se nos hubiera concedido a los dos, un favor especial. Ese día fue una dádiva, y fue real, y lo real no precisa explicación alguna. Ese sauce a la orilla del agua, por ejemplo. Está ahí, de pronto; está ahí porque de pronto lo iluminó la luna. Yo no sé si estuvo siempre, ahora está.

Me dijo que hay cosas que deben creerse, no entenderse. Intentar entenderlas es peor que matarlas. Me habló del resplandor efímero de la belleza y de su verdad. Me dijo que la perdonara por lo que iba a hacer. Volvió a decir que era ella, que por eso podía causar dolor y también sentirlo, que era real, y me dijo que estaba muerta y que si en algún momento del largo atardecer que todavía nos quedaba, si en algún minuto de la noche yo llegaba a sentir que esto era triste, y no, como debía serlo, muy hermoso, habríamos perdido para siempre algo que se nos había otorgado, habríamos vuelto a perder nuestro día perdido, nuestra pequeña flor para cortar...


domingo, 11 de septiembre de 2011

¿Qué es un clásico?

Un clásico es un libro que nunca ha cesado de contar lo que tiene que contar.
Italo Calvino

La pregunta formulada con sobrada reiteración ha merecido respuestas muy heterogéneas, y ninguna de ellas ha logrado asentimiento unánime. Un mismo período calificado de clásico por un autor, es llamado neoclásico, clasicista, o barroco por otro.
Por su forma acusa un origen latino.
El adjetivo clásico se encuentra por primera vez empleado en Francia por el humanista Sebillet en 1548, para calificar a autores antiguos que recomienda como modelos. En Inglaterra por el autor Sandys en 1599, al referirse a clásicos y canónicos; en España, Lope de Vega dice escribir "sin consultar los clásicos autores". En la primera edición del Diccionario de la Academia Francesa (1694) se define al autor clásico: "autor antiguo muy aprobado, que es autoridad en el asunto que trata".
En los siglos XVI, XVII y XVIII cuando los críticos y escritores se refieren a los autores clásicos, es decir a los griegos y latinos, usan sistemáticamente la palabra "antiguos", y emplean la palabra "modernos" para nombrar a aquellos posteriores al Renacimiento.
Voltaire incluye entre los autores ejemplares a aquellos franceses del siglo XVII, que por su estilo equiparan con los griegos y latinos, y a partir de ahí la palabra comienza a extender su área e incluir a autores ejemplares modernos.
Más tarde involucra a los autores antiguos, a los modernos imitadores de los antiguos, y a los partidarios de la literatura regida por las reglas.
Goethe se refiere a la complejidad semántica del término, en el que convergen, según él, significaciones históricas, sociales, morales, intelectuales y literarias.
A veces se toma la palabra clásico como sinónimo de perfección. Según Charles Nodier "todo lo que es esencialmente bello, es esencialmente clásico".
Stendhal lo define despectivamente "Es el arte de presentar al público la literatura que deleitaba a sus tatarabuelos" y también "Imitar hoy a Sófocles y Eurípides y pretender que esas imitaciones no hagan bostezar a los franceses del siglo XIX, eso es clasicismo".
La edición de 1835 del diccionario de la Real Academia Francesa explica: "son clásicos los autores que se han erigido en modelos en cualquier lengua" es decir, "ya no le otorga como la primera edición, la exclusividad a los antiguos. Y tampoco expresa la exigencia de ser imitador de los antiguos, y sí consagra al adjetivo clásico para autores de cualquier lengua.
Los franceses reservan clásico para los antiguos y para aquellos que siguieron su huella.
El crítico francés Sainte Beuve intenta poner claridad apoyándose en opiniones de Goethe: "un clásico es un autor antiguo, consagrado por la admiración y consideración como autoridad en su género", "es el autor que enriqueció al espíritu humano, que acrecentó efectivamente el acervo de la humanidad, que la hizo avanzar un paso y que descubrió alguna verdad moral inequívoca o que aprehendió alguna pasión eterna del corazón humano, del que ya se creía haber conocido todo".
Wilhelm Dilthey define los clásicos como "aquello que otorga plena satisfacción a los hombres del presente", y Juan Ramón Jimenez "Actual, es decir clásico, es decir eterno", u Ortega y Gasset "Clasicismo es actualidad, como romanticismo es nostalgia".
Tanto las definiciones
relativas e históricas como las absolutas, todas apuntan a un ideal, y de hecho todos concuerdan en que ese ideal se encuentra plenamente realizado en obras literarias y plásticas del período ático de la Grecia Antigua.

Carminum III, 30 (A Melpómene)
Horacio

Terminé un monumento más perenne que el bronce
y más alto que las regias Pirámides
al que ni la voraz lluvia ni el impotente Aquilón
podrán destruir, ni la innumerable
sucesión de los años, ni la huida de los tiempos.
No moriré del todo: una gran parte de mí
se salvará de Libitina. Creceré en los que vengan
tras de mí con gloria siempre nueva,
mientras suba el pontífice al Capitolio
junto a la virgen silenciosa.
Se dirá de mí, allí donde el violento
Aufido fluye ruidosamente y donde
Dauno, pobre de agua, reinó
sobre silvestres pueblos,
que, aunque de humilde cuna, fui capaz
el primero de trasladar la lira Eolia
a metros Itálicos. Toma, Melpómene,
para ti la gloria ganada por mis méritos,
que yo sólo quiero que ciñas de buen grado
mi cabellera con laurel Délfico.


viernes, 2 de septiembre de 2011

El énfasis

Nos despedimos en una de las esquinas del Once.
Desde la otra vereda volví a mirar; usted se había dado vuelta y me dijo adiós con la mano.
Un río de vehículos y de gente corría entre nosotros; eran las cinco de una tarde cualquiera; cómo iba yo a saber que aquel río era el triste Aqueronte, el insuperable.
Ya no nos vimos y un año después usted había muerto.
Y ahora yo busco esa memoria y la miro y pienso que era falsa y que detrás de la despedida trivial estaba la infinita separación. Anoche no salí después de comer y releí, para comprender estas cosas, la última enseñanza que Platón pone en boca de su maestro. Leí que el alma puede huir cuando muere la carne.
Y ahora no sé si la verdad está en la aciaga interpretación ulterior o en la despedida inocente.
Porque si no mueren las almas, está muy bien que en sus despedidas no haya énfasis. Decirse adiós es negar la separación, es decir: Hoy jugamos a separarnos pero nos veremos mañana. Los hombres inventaron el adiós porque se saben de algún modo inmortales, aunque se juzguen contingentes y efímeros.
Delia: alguna vez anudaremos ¿junto a qué río? este diálogo incierto y nos preguntaremos si alguna vez, en una ciudad que se perdía en una llanura, fuimos Borges y Delia.

"Delia Elena San Marco", El Hacedor
Jorge Luis Borges, 1960

..."Beatriz no quiso ver el barco; la despedida, a su entender, era un énfasis, una insensata fiesta de la desdicha, y ella detestaba los énfasis. Nos dijimos adiós en la biblioteca donde nos conocimos en otro invierno. Soy un hombre cobarde , no le dejé mi dirección, para eludir la angustia de esperar cartas.
He notado que los viajes de vuelta duran menos que los de ida, pero la travesía del Atlántico, pesada de recuerdos y de zozobras me pareció muy larga. Nada me dolía tanto como pensar que paralelamente a mi vida, Beatriz iría viviendo la suya, minuto por minuto y noche por noche. Escribí una carta de muchas páginas que rompí al zarpar de Montevideo"...

"El Congreso", El libro de arena
Jorges Luis Borges, 1975