jueves, 18 de diciembre de 2014

Rutinas

Consigna: narrar una rutina.

Son las siete de la mañana. Como cada día, desde hace un tiempo, suena un mensaje desde España. Cuesta creer que unas letras atraviesen el océano y provoquen un sonido, aquí, allá...
Sería más sencillo poner el despertador que no tengo, o la alarma del celular que no escucho. Entonces llega ese mensaje de Zaragoza, que insiste, que sí me despierta. Que ya no sé si pedí o me ofrecieron...
Creo que me lo ofrecieron cuando me quejé. Sí, de quedarme dormida y casi no llegar a zambullirme en el quinto subte que debo dejar pasar, para lograr subirme a uno, y llegar a las nueve a Plaza de Mayo.
Antes de salir es ritual el mate y el jugo de naranjas, y desde hace un tiempo el kriya casero: las respiraciones cortas de cada mañana que inician el día. Retengo dos, inspiro en cuatro, retengo en cuatro, exhalo en seis...
Los miércoles a la noche nos encontramos para hacer el satsang todos juntos. 
Llego a Plaza de Mayo, camino por Perú, ya los artesanos acomodan sus objetos, a la espera de la primera venta. Ellos también comienzan su semana. Son más libres, ven el cielo. Pero jamás sabrán con cuánto dinero contarán a fin de mes. Elecciones de vida...
Doblo por Avenida de Mayo. Es lunes. Elijo las flores. Si no son macetillas, son margaritas de varios colores.
Pueden faltar muchas cosas en el despacho, pero nunca las flores...
La dueña del puesto me augura buena semana, y yo a ella.
En el ascensor está Betty. Conoce de memoria los pisos a los que vamos.
Llego y miro el río, hacia la otra orilla, hacia mi paisito del alma. Respiro bien profundo. Abro mi libreta, buscando hacer el sentimiento letras. Suena Trumpet, Vivaldi, Albinoni, Mozart...
Desde hace mucho solo se trata de estar. De estar para lo que haga falta. Hace mucho que recurro a mi imaginación para pasar las horas.
Enciendo mi ordenador. Necesito saber que estás del otro lado.
Qué esperar. Qué sentir. ¿El cotidiano nos deparará algo nuevo? Me lo pregunto desde la mesa de este bar, Soraya, son las dos de la tarde, y una vez más me detengo un par de horas en la previa a la terapia. Aquí inicio otros nuevos cinco días, a pasar, a vivir. Aunque no cese de preguntarme, si seré capaz, si seré feliz, si hay algo que pueda hacer para variar mi vida, o debo esperar que los cambios vengan solos, agradeciendo este presente.

A veces me pregunto que pasaría si no estuvieran las flores...

viernes, 5 de diciembre de 2014

Empantanados

Consigna: un poema.

Necesito escribir
Impera
Ahoga
Necesito plasmar en el papel,
sacar lo que tengo dentro
expulsar
decir.
Que se desaten los nudos
y fluya
la palabra
clara
justa
Que exprese el sentimiento
genuino
y el adentro
sin confusiones.
Necesito que arremeta
que se imponga
que brille
que tome forma
y contenido
Que se deje ser.

martes, 2 de diciembre de 2014

La mujer de otro

La mujer de otro - Abelardo Castillo - Click aquí
Ejercicio: escribir la primera parte

Solía elegir la misma mesa del mismo bar. Pasaba allí unas horas cada martes y cada jueves, antes de su terapia.
Tarta de frambuesa, y cortado en jarrito mitad café, mitad leche. El chico que atendía el bar, conocía de memoria el pedido.
Era un club de tenis. Pero también lo único cercano a su terapeuta para hacer la pausa obligada.
Trabajaba en el centro, y el 67, con su largo recorrido, la dejaba sin embargo a media cuadra del bar, donde debía esperar desde las cinco hasta las siete.
Al comienzo había optado por caminar la zona. Palparla. Descubrirla. Le gustaba hacerlo con los barrios que no le pertenecían.
Un día encontró el bar y le pareció perfecto.
Mientras ella leía o escribía, sus dos actividades favoritas, el resto jugaba al tenis.
Había perdido a su hermano hacía corto tiempo, y la terapia se basaba sobre todo en eso.
Le gustaba esta pausa. La disfrutaba.
A veces escribía sobre la sesión pasada o simplemente inventaba historias, que siempre tenían algo de realidad.
Su marido lo ignoraba, no porque ella quisiese ocultárselo, sino porque era un ritual que le gustaba vivir a solas. Escribir le pertenecía.
Con él compartían muchas cosas.
Hacía veinte años que estaban casados. Habían elegido no tener hijos y se podía decir que eran felices.
Absorta entre sus papeles nunca reparó en otra presencia que no fuera la de aquellos que jugaban al tenis. Solían distraerla cuando quería hacer una pausa.
Ese día iba dispuesta a preguntarle a él, a Nicolás, su terapeuta, hasta cuándo continuarían con el tratamiento.
Ella extrañaba mucho a su hermano. Había sido una muerte imprevista, pero tampoco creía que la solución fuese ir dos veces por semana, a hablar sobre esto, sin obtener ninguna respuesta ni consejo.
Desde el comienzo había sido así. Solo hablaba ella. Quizás por eso necesitaba tanto escribir.
Una tarde se acercó él. Tenía un paquete entre las manos, envuelto en papel de seda. Parecía un libro...
Sorprendida y sin emitir palabra lo abrió.
-Creo que le hace falta. La he estado observando desde hace tiempo, y la última vez la vi con cierta desesperación, escribiendo en servilletas.
Me atreví por eso a regalarle esta libreta de viaje. Noté que siempre escribe. ¿Puedo sentarme?
-Sí, contestó, entre tímida y sorprendida.
-¿Desde cuándo lo hace?
-Desde siempre.
-Yo también escribo desde siempre. O mejor dicho desde que tengo memoria.Tardé mucho tiempo en decidirme a publicar. Simplemente escribía para mí. Para llevar registro de mi vida en forma de cuento.
¿Viene siempre aquí?
-Casi todas las tardes. Vivo muy cerca, y en mi casa me siento solo.
Solo regreso cuando lo escrito está listo para ser tipeado.
-¿Y usted? Juraría que no es de la zona. Antes de las siete la veo partir con cierta premura.
-Es que a veces me distraigo y se me pasa el tiempo.
Hago terapia aquí, a dos cuadras. los martes y los jueves. Ya me habrá visto...
-Efectivamente. Aquí todos juegan al tenis. Solo usted escribe, o rara vez lee.
-A veces lo hago al salir. Me detengo a leer antes de emprender la vuelta.
-Nunca me pasaría desapercibida una mujer que lee o escribe. Por eso me tomé el atrevimiento de regalarle la libreta, espero que sea de su agrado.
-Lo es.
-Son las siete. Va a llegar tarde.
-Creo que no me importa. Seguiría hablando con usted. Me encantaría saber qué escribe. Me dijo que lo hace profesionalmente...
-Hace muy poco la vi con un libro mío. Me emocionó. Puedo esperarla. Aún falta para tipear.
Vaya a sus sesión. La esperaré en esta misma mesa.

Durante la terapia no hizo más que hablar de él. 
Nicolás estaba entre contento y sorprendido.
No es que creyese que lo que Carolina necesitase fuese una nueva relación. Parecía tener un matrimonio tranquilo, pero rara vez hablaba de su marido, y eso no dejaba de ser una mala señal.
Cuando fueron las ocho y Nicolás la despidió hasta el martes, le pareció una eternidad.
Hasta el martes no vería a su nuevo amigo. Reparó en que aún no conocía su nombre...solo sabía que ella misma había comprado un libro de este hombre.
Casi corrió al bar, aunque no quería que se notase la agitación.
Él estaba. Escribiendo. Fumando pipa. Le guiñó un ojo al verla entrar.

-¿Tarta de frambuesa?
-No, no. Ya la he comido más temprano. Preferiría no sé...tomar algo.
-¿Algo más fuerte?
-Así es
-¿Buena sesión?
-No lo sé. Siempre hablo y no recibo devolución, pero en definitiva así es mi terapeuta, y siento que sabe todo desde el principio. Tengo pocas ganas de cambiar y empezar de cero con otro.
Tomaron varios tragos. Ella jamás miró el reloj, como si el tiempo no la apremiara, como si su marido no estuviese esperándola con la cena.
Casi sin hablarlo, tan solo mirándose, salieron del bar. Ella caminaba a su lado muy segura de lo que estaba haciendo. 
Él abrió la puerta de su casa, tenía un pequeño jardín antes de ingresar. También ella. Pensó en su casa.
Se tomaron de las manos, se besaron y desnudaron en instantes. 
Hicieron el amor sin parar.
Ella no podía detenerlo, no podía detenerse.


Un fuego la estremecía entera. No le importó lo que él pensase de ella. Quería que la hiciese suya, una y otra vez.
Desde ese entonces ella esperaba las sesiones con Nicolás como nada en este mundo.
Su marido nada sospechaba. 
El hábito de la lectura posterior a la sesión la cubría, y hasta lograron viajar juntos varios fines de semana, sin que éste sospechase nada. Todo fuese por la pronta recuperación de Carolina.
Él estaba dispuesto a todo con tal de verla bien, como antes de la muerte de su hermano, y notaba que la terapia estaba dando sus frutos. 
Carolina no sentía culpa. Veinte años habían estado juntos. Nunca le había sido infiel.
Abelardo escribía. Era uno de sus autores favoritos. Lo conoció ignorándolo. Siempre fue tan poco fisonomista...
Realmente sentía que estaba actuando bien. Estaba sintiéndose viva después de mucho tiempo.
Hacerlo mal sería confesarle a su marido la verdad y así destruirlo.
Cumplieron juntos dos años. Dos años de felicidad extrema. De esta clandestinidad que no los hacía sentirse responsables más que de ellos mismos.
Una noche volviendo de San Pedro los embistió un auto de frente. Manejaba ella. Él no quería, pero ella lo convenció. Él había tomado, y después de mucho insistir había accedido. 
Él salió ileso. Ella fue inmediatamente trasladada al hospital zonal con pocos signos de vida. 

-Rece mucho, su esposa no cuenta con muchas posibilidades de sobrevivir, le advirtieron los médicos al ingreso. 

martes, 25 de noviembre de 2014

Giacomo Leopardi

Nací en Recanati, en la provincia de Ancona, en 1798. Me animo a dejar mi pueblo natal cuando ya es tarde. Jugamos a ser eternos...
Falta poco para ser cenizas, tumba, lápida...
Siempre tuve una salud precaria. He sido un niño anciano. Mis huesos no me han dado tregua...tampoco mis ojos.
Pasé toda mi vida lejos del sol y muy inclinado sobre los libros, mis únicos amigos. Testigos de ese dolor que llevo conmigo desde siempre.
Desde que tengo memoria he luchado entre los lúgubres días y el intolerable hastío.
Conocer a Pietro Giordani, cambió mi vida. Él no solo fue mi editor sino mi único amigo. Sé que se encargará de estos fragmentos cuando yo perezca.
Desde pequeño recibí una educación rígida y conservadora. Mis padres así lo eran. Nunca los conocí realmente.
Tuve cinco hermanos, con ellos no fueron así. Jamás entendí porque conmigo sí.
Mi rutina consistió en leer y escribir durante las horas de luz, y ni siquiera salía a los jardines de la casa.
Viví encerrado en la biblioteca de mi padre...
No la abandonaba hasta altas horas de la noche.
Mis padres me lo habían ordenado así: "las jornadas se dedican al estudio". No sé si alguna vez fui feliz. Si alguna vez opté por mi mismo.
Desde mis primeros años me enamoré de los clásicos, creo que empezar por ellos fue alcanzar el principio de los tiempos. 
Mi obra habla a los espectadores de mi soledad: al sol, a la luna, a los pájaros. Con ellos he mantenido mis únicos diálogos.
De muy joven me escapé, sin embargo no tardé muchos días en volver a casa. Me sentí lo que era: un niño indefenso.
Mi sola amistad la había tenido de pequeño. Ella falleció muy joven. Le dediqué el poema "A Silvia", solía alegrarme los días con sus cantos debajo de mi ventana.
Fue la primera vez que me sentí morir. La primera de muchas otras veces...
No he sido feliz. Nunca lo fui. No sé si hay culpables. Quizás no me atreví a serlo.

jueves, 9 de octubre de 2014

El Aleph (libros subrayados)

La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita. Cambiará el universo, pero yo no, pensé con melancólica vanidad; alguna vez, lo sé, mi vana devoción la había exasperado; muerta, yo podría consagrarme a su memoria, sin esperanza, pero también sin humillación...

No estaría obligado, como otras veces, a justificar mi presencia con módicas ofrendas de libros: libros cuyas páginas, finalmente, aprendí a cortar, para no comprobar, meses después, que estaban intactos.

Beatriz Viterbo murió en 1929; desde entonces, no dejé pasar un treinta de abril sin volver a su casa.

...acepté con más resignación que entusiasmo...

...un solo detalle que no confirme la severa verdad...

Empezó a inquietarme el teléfono. Me indignaba que ese instrumento, que algún día produjo la irrecuperable voz de Beatriz, pudiera rebajarse a receptáculo...

Ya cumplidos los cuarenta años, todo cambio es un símbolo detestable del pasaje del tiempo; además se trataba de una casa que, para mí, aludía infinitamente a Beatriz.

...un Aleph es uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos.
Está en el sótano del comedor-. Es mío; yo lo descubrí en la niñez, antes de la edad escolar. La escalera del sótano es empinada, mis tíos me tienen prohibido el descenso, pero alguien dijo que había un mundo en el sótano. Se refería, lo supe después, a un baúl, pero yo entendí que había un mundo. Bajé secretamente, rodé por a escalera vedada, caí. Al abrir los ojos, vi el Aleph.
-¿El Aleph? -repetí.
Sí, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos.

Baja, podrás entablar un diálogo con todas las imágenes de Beatriz.
Bajé con rapidez, harto de sus palabras insustanciales. El sótano, apenas más ancho que la escalera, tenía mucho de pozo. Con la mirada, busqué en vano el baúl de que Carlos Argentino me habló
...cumplí con sus ridículos requisitos; al fin se fue. Cerró cautelosamente la trampa; la oscuridad, pese a una hendija que después distinguí, pudo parecerme total. Súbitamente comprendí mi peligro: me había dejado soterrar por un loco, luego de tomar un veneno.
...sentí un confuso malestar, que traté de atribuir a la rigidez, y no la operación de un narcótico. Cerré los ojos, los abrí. Entonces vi el Aleph.

En ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es.

Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde...vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Fray Bentos... vi una quinta de Adrogué... vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico, yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche)
... vi mi dormitorio sin nadie, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo.

Me negué, con suave energía, a discutir el Aleph; lo abracé al despedirme , y le repetí que el campo y la serenidad son dos grandes  médicos.

En la calle, en las escaleras de Constitución, en el subterráneo, me parecieron familiares todas las caras. Temí que no quedara una sola cosa capaz de sorprenderme, temí que no me abandonara jamás la impresión de volver. Felizmente, al cabo de unas noches de insomnio, me trabajó otra vez el olvido.

Nuestra mente es porosa para el olvido; yo mismo estoy falseando y perdiendo, bajo la trágica erosión de los años, los rasgos de Beatriz.

jueves, 18 de septiembre de 2014

El jardín de los senderos que se bifurcan

En la ventana estaban los tejados de siempre y el sol nublado de las seis. Me pareció increíble que ese día sin premoniciones ni símbolos, fuera el de mi muerte implacable.
Después reflexioné que todas las cosas le suceden a uno precisamente, precisamente ahora.

Los innumerables pasados que confluyen en mí.

Me sentí por un tiempo indeterminado, percibidor abstracto del mundo. El vago y vivo campo, la luna, los restos de la tarde, obraron en mí...

La tarde era íntima, infinita, el camino bajaba y se bifurcaba, entre las ya confusas praderas.

Creía en infinitas series de tiempos,

Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmentese ignoran, abarca todas las posibilidades.

El tiempo se bifurca perpetuamente hacia innumerables futuros.




miércoles, 3 de septiembre de 2014

Límites

De estas calles que ahondan el poniente,

una habrá (no sé cuál) que he recorrido
ya por última vez, indiferente
y sin adivinarlo, sometido

a Quién prefija omnipotentes normas
y una secreta y rígida medida
a las sombras, los sueños y las formas
que destejen y tejen esta vida.

Si para todo hay término y hay tasa
y última vez y nunca más y olvido
¿quién nos dirá de quién, en esta casa,
sin saberlo, nos hemos despedido?

Tras el cristal ya gris la noche cesa
y del alto de libros que una trunca
sombra dilata por la vaga mesa,
alguno habrá que no leeremos nunca.

Hay en el Sur más de un portón gastado
con sus jarrones de mampostería
y tunas, que a mi paso está vedado
como si fuera una litografía.

Para siempre cerraste alguna puerta
y hay un espejo que te aguarda en vano;
la encrucijada te parece abierta
y la vigila, cuadrifronte, Jano.

Hay, entre todas tus memorias, una
que se ha perdido irreparablemente;
no te verán bajar a aquella fuente
ni el blanco sol ni la amarilla luna.

No volverá tu voz a lo que el persa
dijo en su lengua de aves y de rosas,
cuando al ocaso, ante la luz dispersa,
quieras decir inolvidables cosas.

¿Y el incesante Ródano y el lago,
todo ese ayer sobre el cual hoy me inclino?
Tan perdido estará como Cartago
que con fuego y con sal borró el latino.

Creo en el alba oír un atareado
rumor de multitudes que se alejan;
son lo que me ha querido y olvidado;
espacio y tiempo y Borges ya me dejan.

En Borges, J.L. (1964) El otro, el mismo, en Jorges Luis Borges (1974) Obras Completas, Buenos Aires: Emecé.

miércoles, 6 de agosto de 2014

El hacedor de laberintos

"Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo.
A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias,
de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces,
de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas.
Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto
de líneas traza la imagen de su cara"

Epílogo al Hacedor

lunes, 17 de marzo de 2014

El libro de arena, libros subrayados


Inevitablemente el río hizo que yo pensara en el tiempo.
"El otro"
Solo los individuos existen si es que existe alguien.
"El otro"
La vejez de los hombres y el ocaso, los sueños y la vida, el correr del tiempo y del agua…
"El otro"
El poema gana si adivinamos que es la  manifestación de un anhelo, no la historia de un hecho.
"El otro"
Lo sobrenatural si ocurre dos veces, deja de ser aterrador.
"El otro"
La ceguera gradual no es cosa trágica. Es como un lento atardecer de verano.
"El otro"
El encuentro fue real, pero el otro conversó conmigo en un sueño y fue así que pudo olvidarme; yo conversé con él en la vigilia y todavía me atormenta el recuerdo.
"El otro"
Mi relato será fiel a la realidad o en todo caso, a mi recuerdo personal de la realidad, lo cual es lo mismo.
"Ulrica"
Lo que decimos no siempre se parece a nosotros.
"Ulrica"
Fue nuestra y la perdimos, si alguien puede tener algo o algo puede perderse.
"Ulrica"
El milagro tiene derecho a imponer condiciones.
"Ulrica"
No incurrí en el error de preguntarle si me quería.
"Ulrica"
"Como la arena se iba el tiempo. Secular en la sombra fluyó el amor y poseí por primera y última vez la imagen de Ulrica.
"Ulrica"
Por indecisión o por negligencia o por otras razones, no me casé, y ahora estoy solo. No me duele la soledad; bastante esfuerzo es tolerarse a uno mismo y a sus manías.
"El Congreso"
Cuando era joven, me atraían los atardeceres, los arrabales y la desdicha; ahora las mañanas del centro y la serenidad.
"El Congreso"
La muerte de aquel hombre, que ciertamente no fue nunca mi amigo, se ha obstinado en entristecerme.
"El Congreso"
Me he acostumbrado a Buenos Aires, ciudad que no me atrae, como quien se acostumbra a su cuerpo o a una vieja dolencia.
"El Congreso"
No modifican nuestra esencia los años, si es que alguna tenemos…
"El Congreso"
El periodista escribe para el olvido y que su anhelo era escribir para la memoria y el tiempo.
"El Congreso"
Recuerdo su aire frágil, que es atributo de ciertas personas muy altas, como si la estatura les diera vértigo y los hiciera abovedarse.
"El Congreso"
Mi odio pudo más que mi susto.
"El Congreso"
Conservo aún mis dos imágenes de la estancia: la que yo había previsto y la que mis ojos vieron al fin.
"El Congreso"
La despedida, a su entender, era un énfasis una insensata fiesta de la desdicha, y ella detestaba los énfasis.
"El Congreso"
He notado que los viajes de vuelta duran menos que los de ida, pero la travesía del Atlántico, pesada de recuerdos y de zozobra, me pareció muy larga. Nada me dolía tanto como pensar que paralelamente a mi vida Beatriz iría viviendo la suya, minuto por minuto y noche por noche.
"El Congreso"
Al tiempo lo que le está sobrando son días…
"El Congreso"
Ese amor que las mujeres jóvenes suelen profesar por los hombres viejos, dijo sin entender…
Una jugada me quedaba, que fui demorando durante días, no solo por sentirla del todo vana sino porque me arrastraría a la inevitable, a la última.
"There are more things"
Yo había previsto ese fracaso, pero una cosa es prever algo y otra que ocurra.
Repetidas veces me dijo que no hay otro enigma que el tiempo, esa infinita urdimbre del ayer, del hoy, del porvenir, del siempre y del nunca.
"There are more things"
La curiosidad pudo más que el miedo y no cerré los ojos.
"There are more things"
Quien mira una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.
"La secta de los treinta"
El deseo no es menos culpable que el acto…
"La secta de los treinta"
Si aprender es recordar , ignorar es de hecho haber olvidado.
"La noche de los dones"
Pero cuando una cosa es verdad basta que alguien la diga una sola vez para que uno sepa que es cierto.
"La noche de los dones"
En el término escaso de unas horas yo había conocido el amor y yo había mirado la muerte. A todos los hombres le son reveladas todas las cosas, o por lo menos, todas aquellas cosas que a un hombre le es dado conocer, pero a mí, de la noche a la mañana, esas dos cosas esenciales me fueron reveladas. Los años pasan y son tantas las veces que he contado la historia que ya no sé si la recuerdo de veras o si sólo recuerdo las palabras con que la cuento.
"La noche de los dones"
A orillas del Azov me quiso una mujer que no olvidaré; la dejé o ella me dejó, lo cual es lo mismo. Fui traicionado y traicioné.
UNDR
A mí también la vida me dio todo. A todos la vida les da todo pero los más lo ignoran.
UNDR
Nadie puede leer dos mil libros. En los cuatro siglos que vivo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer sino releer. La imprenta ahora abolida ha sido uno de los peores males del hombre, ya que tendió a multiplicar hasta el vértigo textos innecesarios.
"Utopía de un hombre que está cansado"
Nadie ignoraba que la posesión de dinero no da mayor felicidad ni mayor quietud.
"Utopía de un hombre que está cansado"
Cuando el hombre madura a los cien años está listo a enfrentarse consigo mismo y con su soledad.
Cumplidos los cien años, el individuo puede  prescindir del amor y de la amistad.
"Utopía de un hombre que está cansado"
Dueño el hombre de su vida lo es también de su muerte.
"Utopía de un hombre que está cansado"
Además todo viaje es espacial. Ir de un planeta a otro es como ir a la granja de enfrente. Cuando usted entró en este cuarto estaba ejecutando un viaje espacial.
"Utopía de un hombre que está cansado"
Usted y yo, mi querido amigo, sabemos que los congresos son tonterías, que ocasionan gastos inútiles, pero que pueden convenir a un curriculum.
"El soborno"
Una vez lograda la meta, el tiempo cesaría, o mejor dicho, nada importaba lo que aconteciera después. Esperaba la fecha como quien espera una dicha y una liberación.
Se dijo con alivio: Adiós a la tarea de esperar. Ya estoy en el día.

miércoles, 19 de febrero de 2014

Borges y Homero (parte II)

Un escolio "Historia de la noche", 1977

Al cabo de veinte años de trabajos y de extraña aventura, Ulises, hijo de Laertes , vuelve a su Ítaca. Con la espada de hierro y con el arco ejecuta la debida venganza. Atónita hasta el miedo, Penélope no se atreve a reconocerlo y alude, para probarlo, a un secreto que comparten los dos, y sólo los dos: el de su tálamo común, que ninguno de los mortales puede mover, porque el olivo con que fue labrado lo ata a la tierra. Tal es la historia que se lee en el libro vigésimo tercero de la Odisea. Homero no ignoraba que las cosas deben decirse de manera indirecta. Tampoco lo ignoraban sus griegos, cuyo lenguaje natural era el mito. La fábula del tálamo que es un árbol es una suerte de metáfora. La reina supo que el desconocido era el rey cuando se vio en sus ojos, cuando sintió en su amor que la encontraba el amor de Ulises".


Arte poética
Mirar el río hecho de tiempo y agua
Y recordar que el tiempo es otro río
Saber que nos perdemos como el río
Y que los rostros pasan como el agua.

Sentir que la vigilia es otro sueño
Que sueña no soñar y que la muerte
Que teme nuestra carne es esa muerte
De cada noche, que se llama sueño.

Ver en el día o en el año un símbolo
De los días del hombre y de sus años,
Convertir el ultraje de los años
En una música, un rumor y un símbolo,

Ver en la muerte el sueño, en el ocaso
Un triste oro, tal es la poesía
Que es inmortal y pobre. La poesía
Vuelve como la aurora y el ocaso.

A veces en las tardes una cara
Nos mira desde el fondo de un espejo;
El arte debe ser como ese espejo
Que nos revela nuestra propia cara.

Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
Lloró de amor al divisar su Ítaca
Verde y humilde. El arte es esa Ítaca
De verde eternidad, no de prodigios.

También es como el río interminable
Que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que es el mismo
Y es otro, como el río interminable.

Odisea, Libro vigésimo tercero
"El otro, El mismo" 1964

Ya la espada de hierro ha ejecutado
la debida labor de la venganza;
ya los ásperos dardos y la lanza
la sangre del perverso han prodigado.

A despecho de un dios y de sus mares
a su reino y su reina ha vuelto Ulises,
a despecho de un dios y de los grises
vientos y del estrépito de Ares.

Ya en el amor del compartido lecho
duerme la clara reina sobre el pecho
de su rey pero ¿dónde está aquel hombre

que en los días y noches del destierro
erraba por el mundo como un perro
y decía que Nadie era su nombre.

domingo, 9 de febrero de 2014

Borges y Homero


Parte I
El Hacedor
por Jorge Luis Borges

Nunca se había demorado en los goces de la memoria. Las impresiones 
resbalaban sobre el, momentáneas y vividas; el bermellón de un alfarero, la 
bóveda cargada de estrellas que también eran dioses, la luna, de la que 
había caído un león, la lisura del mármol bajo las lentas yemas sensibles, 
el sabor de la carne de jabalí, que le gustaba desgarrar con dentelladas 
blancas y bruscas, una palabra fenicia, la sombra negra que una lanza 
proyecta en la arena amarilla, la cercanía del mar o de las mujeres, el 
pesado vino cuya aspereza mitigaba la miel, podían abarcar por entero el 
ámbito de su alma. Conocía el terror pero también la cólera y el coraje, y 
una vez fue el primero en escalar un muro enemigo. Avido, curioso, casual, 
sin otra ley que la fruición y la indiferencia inmediata, anduvo por la 
variada tierra y miró, en una u otra margen del mar, las ciudades de los 
hombres y sus palacios. En los mercados populosos o al pie de la montaña de 
cumbre incierta, en la que bien podía haber sátiros, había escuchado 
complicadas historias, que recibió como recibió la realidad, sin indagar si 
eran verdaderas o falsas.
Gradualmente, el universo fue abandonándolo, una terca neblina le borro las 
líneas de la mano; la noche se despobló de estrellas, la tierra era 
insegura bajo sus pies. Todo se alejaba y se confundía. Cuando supo que se 
estaba quedando ciego, grito; el pudor estoico no había aun sido inventado 
y Hector podía huir sin desmedro. Ya no veré (sintió), ni el cielo lleno de 
pavor mitológico, ni esta cara que los años transformaran. Días y noches 
pasaron sobre esa desesperación de su carne, pero una mañana se despertó, 
miro (ya sin asombro) las borrosas cosas que lo rodeaban e 
inexplicablemente sintió, como quien reconoce una música o una voz, que ya 
le había ocurrido todo eso y que lo había encarado con temor, pero también 
con jubilo, esperanza y curiosidad. Entonces descendió a su memoria, que le 
pareció interminable, y logro sacar de aquel vértigo el recuerdo perdido 
que relució como una moneda bajo la lluvia, acaso porque nunca lo había 
mirado, salvo, quizá, en un sueño.
El recuerdo era así.Lo había injuriado otro muchacho y el había acudido a 
su padre y le había contado la historia. Este lo dejo hablar como si no 
escuchara o no comprendiera y descolgó de la pared un puñal de bronce, 
bello y cargado de poder, que el chico había codiciado furtivamente. Ahora 
lo tenia en sus manos y la sorpresa de la posesión anulo la injuria 
padecida, pero la voz estaba diciendo: "que alguien sepa que eras un 
hombre", y había una orden en la voz. La noche cegaba los caminos; abrazado 
al puñal, en el que presentía una fuerza mágica, descendió la brusca ladera 
que rodeaba la casa y corrió a la orilla del mar, soñándose Ayax y Perseo y 
poblándose de heridas y de batallas la oscuridad salobre. El sabor preciso 
de aquel momento era lo que ahora buscaba; no le importaba lo demás: las 
afrentas del desafío, el torpe combate, el regreso con la hoja sangrienta.
Otro recuerdo, en el que también había una noche y una inminencia de 
aventura, broto de aquel. Una mujer, la primera que le depararon los 
dioses, lo había esperado en la sombra de un hipogeo, y el la busco por 
galerías que eran como redes de piedra y por declives que se hundían en la 
sombra. Por que le llegaban esas memorias y por que le llegaban sin 
amargura, como una mera prefiguración del presente?
Con grave asombro comprendió. En esta noche de sus ojos mortales, a la que 
ahora descendía, lo aguardaban también el amor y el riesgo. Ares y 
Afrodita, porque ya adivinaba (porque ya lo cercaba) un rumor de gloria y 
de hexámetros, un rumor de hombres que defienden un templo que los dioses 
no salvaran y de bajeles negros que buscan por el mar una isla querida, el 
rumor de las Odiseas e Iliadas que era su destino cantar y dejar resonando 
cóncavamente en la memoria humana. Sabemos estas cosas, pero no las que 
sintió al descender a la ultima sombra.