martes, 25 de noviembre de 2014

Giacomo Leopardi

Nací en Recanati, en la provincia de Ancona, en 1798. Me animo a dejar mi pueblo natal cuando ya es tarde. Jugamos a ser eternos...
Falta poco para ser cenizas, tumba, lápida...
Siempre tuve una salud precaria. He sido un niño anciano. Mis huesos no me han dado tregua...tampoco mis ojos.
Pasé toda mi vida lejos del sol y muy inclinado sobre los libros, mis únicos amigos. Testigos de ese dolor que llevo conmigo desde siempre.
Desde que tengo memoria he luchado entre los lúgubres días y el intolerable hastío.
Conocer a Pietro Giordani, cambió mi vida. Él no solo fue mi editor sino mi único amigo. Sé que se encargará de estos fragmentos cuando yo perezca.
Desde pequeño recibí una educación rígida y conservadora. Mis padres así lo eran. Nunca los conocí realmente.
Tuve cinco hermanos, con ellos no fueron así. Jamás entendí porque conmigo sí.
Mi rutina consistió en leer y escribir durante las horas de luz, y ni siquiera salía a los jardines de la casa.
Viví encerrado en la biblioteca de mi padre...
No la abandonaba hasta altas horas de la noche.
Mis padres me lo habían ordenado así: "las jornadas se dedican al estudio". No sé si alguna vez fui feliz. Si alguna vez opté por mi mismo.
Desde mis primeros años me enamoré de los clásicos, creo que empezar por ellos fue alcanzar el principio de los tiempos. 
Mi obra habla a los espectadores de mi soledad: al sol, a la luna, a los pájaros. Con ellos he mantenido mis únicos diálogos.
De muy joven me escapé, sin embargo no tardé muchos días en volver a casa. Me sentí lo que era: un niño indefenso.
Mi sola amistad la había tenido de pequeño. Ella falleció muy joven. Le dediqué el poema "A Silvia", solía alegrarme los días con sus cantos debajo de mi ventana.
Fue la primera vez que me sentí morir. La primera de muchas otras veces...
No he sido feliz. Nunca lo fui. No sé si hay culpables. Quizás no me atreví a serlo.