Este es para mí, el mejor tributo al dolor que he leído; como hallazgo, como punto de partida, como posibilidad. Todo lo contrario a lo que sostiene el imaginario colectivo: casi que negar; continuar; haciendo caso omiso.
Por eso en palabras de Olga Orozco, en El revés del cielo.
Ésa es tu pena.
Tiene la forma de un cristal de nieve que no podría existir si no existieras
y el perfume del viento que acarició el plumaje de los amaneceres
que no vuelven.
Colócala a la altura de tus ojos
y mira cómo irradia con un fulgor azul de fondo de leyenda,
o rojizo, como vitral de insomnio ensangrentado por el adiós
de los amantes,
o dorado, semejante a un letárgico brebaje que sorbieron los ángeles.
Si observas al trasluz verás pasar el mundo rodando en una lágrima.
Al respirar exhala la preciosa nostalgia que te envuelve,
un vaho entretejido de perdón y lamentos que te convierte en reina
del reverso del cielo.
Cuando la soplas crece como si devorara la íntima sustancia de una llama
y se retrae como ciertas flores si la roza cualquier sombra extranjera.
No la dejes caer ni la sometas al hambre y al veneno;
sólo conseguirías la multiplicación, un erial, la bastarda maleza
en vez de olvido.
Porque tu pena es única, indeleble y tiñe de imposible cuanto miras.
No hallarás otra igual, aunque te internes bajo un sol cruel
entre columnas rotas,
aunque te asuma el mármol a las puertas de un nuevo paraíso prometido.
No permitas entonces que a solas la disuelva la costumbre,
no la gastes con nadie.
Apriétala contra tu corazón igual que a una reliquia salvada del naufragio:
sepúltala en tu pecho hasta el final, hasta la empuñadura.
Hermoso. Pero antes quiero quejarme porque acá busqué en bibliotecas y librerias cosas de Olga y no hubo modo de encontrarla, qué rabia. Y en cuanto al poema coincido que es una definición perfecta de la tristeza, una defensa y una precisión frente a otros tipos de penas más desaconsejables. Ese afán de hacerse con ella, de mirar a través de ella, me parece encomiable, sin duda y te lo digo yo que se de naufragios...(quién no).
ResponderEliminarAh y me gustó saber que vio a Victoria Cirlot por allá, yo leo bastante sus libros de arte, no se si conoce a su padre Juan Eduardo, poeta grandísimo, surrealista e intenso, auntor de un diccionario de simbolos que es uno de los libros que más manoseo.
ResponderEliminarDe verdad! y van! cuántos paralelismos? sí sí sé quién es su padre. Ese libro y el rojo de Jung aun postergados, van a ser desmenuzados, prontamente. Urgen.
ResponderEliminarNo la vi, la seguí por todo Buenos Airessssss. Ya le pasaré mi ensayo al respecto.
Con respecto a Olga. Es uno de los tributos al dolor más bellos que he leído. Cuénteme que sabe de ella.
¿De Olga? Sinceramente, no se nada. Tan solo me emocionó algún poema suyo, alguna referencia mientras andaba con Pizarnik. Es de esas que solo por el nombre a uno le entran ganas de leerla.
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