Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz.
La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única.
¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras,
la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas,
la serena amistad, las galerías de la biblioteca, las cosas comunes,
los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se
levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz.
Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz.
La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única.
¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras,
la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas,
la serena amistad, las galerías de la biblioteca, las cosas comunes,
los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se
levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz.
Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.
Buenisimo Rossi! Un beso inmenso, Alicia
ResponderEliminarNo soy tan fan a de Borges como para recordar este texto. Pero si algo me parece exquisito, es la dilución de sí que encierra la referencia a la habitación que no existe porque ella no la vio, tanto como el final, poético y obseso. Y es comprensible en un ser tan racional y preciso que el amor sea visto como una amenaza. Para el lúcido extremo, extraviarse en el sentimiento de amor es casi una dilución de sí mismo. En eso, no aprendió nada de Macedonio; quizá por eso llegó tan lejos, tan solo. Besos.
ResponderEliminarYo me contenté con repensar este texto y compararlo con las concepciones que del amor vengo oyendo entre los que me rodean, concepciones que más que nada vienen a minimizar sus consecuencias, incluso a sostener la opinión de que el amor ni existe, que es una cosa literaria y absurda, anacrónica, consecuencia de unas ideas opresoras, algo entre desdeñable y patético. Y viene entonces Borges, el que se supone que no tenía ni idea de que cosa era el amor y dice esto, sacado no de una abstracta teoría, sino de su vida, de su vida plagada de amistad, de libros, de esa lista tremenda de felicidades pero que sin embargo no bastan para compensar, para sustituir la inefable necesidad de estar con alguien. Y no me queda sino estar de acuerdo con él.
ResponderEliminarGRACIAS QUE LINDOS COMMENTS.
ResponderEliminarMARIO, NO PUEDO DEJAR COMENTARIOS EN TU BLOG. SOLUCIONALO, Y ADEMAS ME REBOTAN LOS MAILS.
Y después dicen que el hombre era frío...
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