martes, 24 de enero de 2012

Diálogos con Borges, por Victoria Ocampo


Los chicos suelen cambiar entre sí los papelitos de los bombones, conceden a los dibujos de cada papel la categoría de una fábula, o los reúnen en tribus y comunidades, dentro de las hojas de sus libros.
Los adultos que barajan fotografías y álbumes de recuerdos se entregan, sin saberlo, a un juego parecido, aunque a la inversa: los papeles de los bombones son una sustitución de la realidad, la fundación de una nueva magia capaz de calmarles el hambre que suscita una realidad siempre insuficiente. En el otro caso, la memoria tiende a resucitar la vida, a limar sus viejas incandescencias y oropeles, a exhibir la simple línea de sus huesos.
A estos juegos se entregaron Victoria Ocampo y Jorge Luis Borges, en San Isidro, un día de 1967.
Intercambiaron fotografías, recordaron tapices y dibujos familiares, y acabaron revelándose el uno al otro, con una intensidad conmovedora. Esa tarde completa asume, ahora, la forma de un libro: lo publicará Sur, a principios de mayo, y es con su autorización que se reproducen algunos fragmentos de los diálogos.
Jorge Luis Borges- Nunca pensé en ser famoso y no sé si pensé en ser amado. Yo creía que ser amado hubiera sido una injusticia: no creía merecer ningún amor especial, y recuerdo que los cumpleaños me avergonzaban, porque todos me colmaban de regalos y yo pensaba que no había hecho nada para merecerlos y que era una especie de impostor.
Victoria Ocampo- ¿Por qué sentía necesidad de escribir? ¿Qué lo atraía particularmente en la literatura en esos años?
j. l. b. - La pregunta inicial es de difícil o imposible contestación: En cuanto a la segunda, me atrajeron sucesivamente la mitología griega, la mitología escandinava, el Profeta Velado del Khorassán, El Hombre de la Máscara de Hierro, las novelas de Eduardo Gutiérrez, el Facundo, las admirables pesadillas de Wells y Las Mil y Una Noches, en la versión de Edward William Lane. No respondo del orden de esos amores. Dos amistades de aquel tiempo me han acompañado hasta ahora: Huckleberry Finn y el Quijote.
v.o.-¿Es usted, como diría Saint-Exupéry, 'du pays de votre enfance'. ¿Se siente usted muy marcado por su infancia, como en mayor o menor grado lo estamos todos, sólo que unos tienen más conciencia de estarlo que otros?
j. l. b. - Íntimamente soy el mismo de entonces. Apenas si he aprendido algunas destrezas.
v. o. - Entremos ahora en lo que usted llama "la casa primordial de la infancia". ¿Cuál fue?
j. l. b. - Cronológicamente, la primera fue una casa baja y antigua de la calle Tucumán, entre Suipacha y Esmeralda. Tenía, como todas, dos ventanas con su reja de hierro, el zaguán, la puerta cancel y dos patios. En el primero, que era de mármol blanco y negro, estaba el aljibe, con una tortuga en el fondo para purificar el agua. En Montevideo, me dicen, el filtro era un sapo. La gente no pensaba que la tortuga purificaba e impurificaba el agua también.
Recuerdo con más precisión la casa de la calle Serrano, en Palermo. Era una de las pocas casas de altos que había en esa calle. El resto de la edificación era de casas bajas y, si se puede llamar edificación, de terrenos baldíos.
v.o.-La casa de Paraná, donde nació su padre, ¿la ha visto en sueños o en la realidad?
j. l. b. - En sueños y en la realidad, pero como la he visto muchas veces en una fotografía, creo que la imagen que tengo es la de la fotografía, no la de la casa que vi cuando fui a Entre Ríos. Como en el caso de tantos amigos, me entristece pensar si mi recuerdo de Güiraldes es verdaderamente un recuerdo de Güiraldes o si lo he reemplazado por el recuerdo de su fotografía. La fotografía se fija más fácilmente en la memoria porque está inmóvil; en cambio, cuando uno ve a una persona, esa persona está cambiando continuamente.
v. o. - ¿Qué colores, qué sonidos, qué voces recuerda usted de este jardín de la calle Anchorena 1626? Norah, su hermana, piensa en colores y en formas. Cuando era muy jovencita me preguntó una vez: "¿Qué le gusta más, una rosa o un limón?" ¿En esto se parece usted?
j.l.b.-No, absolutamente nada. Yo no puedo decir, como Théophile Gautier, que "je suis quelqu'un pour qui le monde visible existe'. Yo pienso más bien de un modo abstracto o afectivo, pero no en formas o en colores como mi hermana. Yo no sé muy bien si las personas a quienes trato son rubias o morochas; es verdad también que mi creciente ceguera ha colaborado en ese mundo abstracto en que estoy.
v.o.-Supongo que Adrogué era para usted lo que San Isidro para mí, ¿no es así? Descríbame un poco ese lugar donde han veraneado tantos años.
j.l.b.-Al pensar en Adrogué, no pienso en el Adrogué actual deteriorado por el progreso, por la radiotelefonía y las motocicletas, sino en aquel perdido y tranquilo laberinto de quintas, de plazas, de calles que convergían y divergían, de jarrones de mampostería y de quintas con verjas de fierro. En cualquier lugar del mundo en que me encuentre, basta el olor de los eucaliptos para que yo vuelva a ese Adrogué perdido que ahora sólo existe en mi memoria y, sin duda, en tantas memorias.
v.o.-Aquí lo veo con mi cuñado Bioy Casares. Le contaré una anécdota que tal vez no sepa. Cuando Adolfito era casi un adolescente, su madre, Marta, preocupada por su naciente vocación de escritor, me preguntó con quién podría ponerlo en contacto, quién podría ser su guía, un amigo para él Contesté: Borges. Por lo visto no me había equivocado. En aquella época mi hermana Silvina pintaba. Ella y Norah eran amigas mucho antes de casarse, Silvina con Adolfito y Norah con Guillermo. ¿Desde cuándo tiene usted amistad con los Bioy?
j. l. b. - Usted me pregunta algo muy difícil, porque no sé nada de fechas. Lo que sé es que Adolfito y yo nos hicimos amigos una tarde en que él me llevó a casa desde esta casa de San Isidro en que ahora conversamos. Creo que nos hemos ejercido una influencia mutua. Siempre se piensa que el mayor influye más en el menor, pero creo que si yo le he enseñado algo a Adolfito, él me ha enseñado mucho más. No de un modo directo -las cosas que se enseñan directamente suelen ser inútiles-, sino de un modo indirecto. Adolfito me ha llevado a una mayor sencillez, a un desdén del barroquismo; en suma, el joven Adolfo Bioy Casares ha sido un maestro, digamos clásico, del ya viejo Jorge Luis Borges.
v.o.-¿Cómo se les ocurrió aquello de Bustos Domecq?
j.l. b.-Yo no quería colaborar con él; me parecía que una colaboración era imposible, y una mañana él me dijo que hiciéramos la prueba: yo iba a almorzar a casa de él, teníamos dos horas libres y teníamos ya un argumento. Empezamos a escribir y poco después, esa misma mañana, ocurrió el milagro. Empezamos a escribir de un modo que no se parecía ni a Bioy ni a Borges. Créannos de algún modo entre los dos un tercer personaje, Bustos Domecq —Domecq era el nombre de su bisabuelo, Bustos el de un bisabuelo cordobés, mío— y lo que ocurrió después es que las obras de Bustos Domecq no se parecen ni a lo que Bioy escribe por su cuenta ni a lo que yo escribo por mi cuenta. Ese personaje existe, de algún modo. Pero sólo existe cuando estamos los dos conversando.
v.o.-¿Qué es lo que más le gusta del teatro?
j. l. b. - Prefiero la lectura del teatro al espectáculo teatral, salvo en el caso de O'Neill. O'Neill leído me parece deleznable; representado, ha llegado a estremecerme, a conmoverme profundamente. Al pensar en el teatro hay dos nombres que acuden inmediatamente a mi memoria: el nombre de Ibsen, a quien espero leer alguna vez en el original, y el nombre de Bernard Shaw. The rest is silence.
v. o. - Y ya que estamos hablando del teatro, dígame un poco lo que el cinematógrafo ha significado para usted, si es algo que realmente le gusta y frecuenta.
j. l.b.-He sido espectador del cinematógrafo. Ahora soy más bien un oyente. Me gustaría rever los films de gangsters de Joseph von Sternberg, aquellos en que Brancroft y Fred Kohler se mataban sin fin. También he frecuentado Ser o no ser, El espectro de la rosa, El gran juego, Una noche en la ópera. Psicosis, Vértigo, Ninoshka, Amor sin barreras, El coleccionista, A la hora señalada, Khartoum... Sé que en las listas lo que más se nota son las omisiones. Prefiero, en general, los films americanos o ingleses.
v.o.-Si pudiera usted soñar otra vez su vida —pues no sólo se vive la vida, se la sueña—, ¿en qué época se detendría con preferencia: en la niñez, en la adolescencia, en la edad madura?
j.l.b.-Me gustaría detenerme en este día de 1967.
Copyright Sur, 1969.
Revista Primera Plana
1 de abril de 1969

7 comentarios:

  1. Estos diàlogos, son lo que mas me gusta de Borges.

    Asì es.

    Un abrazo.

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  2. Excelente manera de acercarnos a aquel Borges que todavía sigue sorprendiendo. Quienes hemos tenido la oportunidad de -alguna vez al menos- escucharlo y verlo (en mi caso, sólo por TV), al leer sus palabras, podemos imaginarlo diciéndolas.

    un abrazo.

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  3. Son bonitas las obras pero hay un especial encanto en los entretelones de la vida del autor.

    Un gran abrazo

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  4. Gracias hermosa!
    Muy feliz año!
    Besos

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  5. Porque todos somos (y escribimos) como hemos vivido.

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  6. Si pudiéramos, ay! Si pudiéramos guardar un ápice del perfume embriagador de ese diálogo, y fundiéndolo con nuestro sudor cansino de una tarde de verano, darle forma otra vez a esa conjunción de talentos. Si pudiéramos dejar el tiempo y el espacio para quedarnos perplejos y boquiabiertos aprendiendo de las bocas distendidas qeu conversan a la sombra de un árbol, mientras sobrevienen las preguntas y las respuestas, las emociones, la vida. Habrá que hacer algo para que el hoy sea algo digno de ser recordado. Una exquisitez tu post, gracias por ofrendarnos esta belleza. Besos.

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  7. "Yo pienso más bien de un modo abstracto o afectivo, pero no en formas o en colores"...mientras leía esto pensé que la obra de Borges, pese a que ofrece imágenes, como no, en ocasiones parece que podemos prescindir de ellas. Es como si no nos hiciera falta ver cuando leemos esas incomparables bibliotecas, esas ruinas circulares, ese inefable aleph de las que si nos preguntan como son poco podemos decir. Se puede leer a Borges sin construir imágenes, el asombro viene más bien de lo que él pondera, de la mezcla de lo "abstracto y lo afectivo", y de ahí la emoción, esa emoción de encontrarlo todo como por primera vez en su literatura, inabarcable.

    La proustiana manera en que evoca Androgué mediante los eucaliptos también me parece sublime, quizás porque el olor del eucalipto tiene esa capacidad para devolver el recuerdo como pocas cosas y es que hay objetos, olores, golpes, que parecen remitir con mejor conductibilidad al pasado, como si reteniesen el tiempo.

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