La muestra de Tecnópolis dedicó toda una jornada a reflexionar sobre el notable escritor uruguayo y a leer sus textos. Levrero fue recordado y analizado por Luis Chitarroni, Ricardo Strafacce, Luciana Martínez, Ezequiel De Rosso, y por su primer editor, Marcial Souto.
Por Silvina Friera
La máquina de pensar en Mario Levrero (1940-2004) funciona cada vez mejor. Atrevido, inclasificable, el más raro entre los raros, el escritor uruguayo suma cada vez más lectores de distintas generaciones y es homenajeado en el Encuentro de la Palabra por Luis Chitarroni, Ricardo Strafacce, Luciana Martínez, Ezequiel De Rosso, y por su primer editor, Marcial Souto. Levrero negaba cualquier vinculación con la ciencia ficción y se definía como un escritor realista, “un realismo que tiene que ver con lo trascendental, una expresión de la interioridad donde escribe un ‘yo del trance’”, subraya Martínez y precisa que este concepto está en Manual de parapsicología. “El realismo de Levrero no obtura lo fantástico; lo real adviene por la vía fantástica. Levrero se apropia de géneros discursivos que a priori no pertenecen a la literatura.”
De Rosso advierte que es “sorprendente” la relación de Levrero con el policial. “Los textos policiales, sobre todo La banda del ciempiés, que es del ‘89, y Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo, del ‘73, no están contados en primera persona. Todos los textos de Levrero se caracterizan por estar narrados en primera persona, incluso otra novela policial, Dejen todo en mis manos, un libro bellísimo. Las novelas policiales son raras en el corpus de Levrero, él las consideraba menores y poco importantes”, explica De Rosso, compilador de La máquina de pensar en Mario, ensayos sobre la obra del escritor uruguayo. “La novela policial funciona como una alternativa a su obra. Todo punto de quiebre en la obra de Levrero va acompañado por una novela policial.” Una de las grandes pasiones de Strafacce es la obra del uruguayo. “La primera página de La novela luminosa problematiza sobre el género. Levrero plantea la separación radical entre la literatura y la vida; una autobiografía sería un libro muy aburrido, una sucesión de días grises; recusa a la vida y a las ideas como generadoras de literatura”, dice el autor de la biografía de Osvaldo Lamborghini y las novelas La boliviana y Frío de Rusia, entre otras.
¿Qué es lo autobiográfico de una novela?, se pregunta Chitarroni. “Una novela no es un diario porque elabora con el acontecimiento vital una tensión”, responde el escritor y editor y señala la necesidad de “distanciar el ‘yo de la novela’ del ‘yo confesional’”. “Levrero, que era un escritor extraordinario, parece constituido como la unidad generadora de todas esas novelas tan distintas que escribió a partir de su muerte. Habría que ver de qué manera se genera una especie de mito unificador que hace que todas esas novelas pertenezcan a un mismo sujeto”, plantea el autor de Siluetas y Peripecias del no. Strafacce destaca la impronta de Kafka en Levrero y menciona que el uruguayo llamaba al escritor checo “mi hermano mayor”. “Siempre pensé la literatura de Levrero como realismo inverosímil. En las novelas y en los relatos de Levrero ocurren hechos extraordinarios, y la presencia de Kafka se nota en el concepto de los espacios, siempre infinitamente plegables y atravesables, pasillos, corredores, puertas que no dan adonde deberían dar. Tras cada pasillo, tras cada puerta que aparece de golpe, hay cierta sexualidad o cierto erotismo mórbido.”
Chitarroni dispara frases antológicas que quedan rebotando en las paredes de la memoria: “Kafka usaba las palabras como si tuviera que devolverlas al día siguiente”. El autor de La metamorfosis estaba habitado por un ingenio “que le permitía desplazarse hacia una fórmula humorística”, opina Chitarroni. Strafacce coincide y aclara que las situaciones cómicas en Levrero están narradas desde un lugar de extrañamiento. “El narrador, aún en los momentos más cómicos, nunca es canchero; en muchos relatos hay una presencia muy fuerte de Lewis Carroll. Levrero tiene por momentos la mirada de un niño, aun cuando el protagonista es un adulto”, explica Strafacce.
Muchas veces lo no “programado” irrumpe con la frescura de lo inesperado. Marcial Souto, el primer editor de Levrero, está escuchando atentamente como un espectador más. Este escritor, traductor y director de revistas y colecciones literarias que nutrieron a varias generaciones de lectores argentinos, uruguayos y españoles, vivía en Uruguay en 1969 cuando Pancho Graells, un humorista gráfico, lo recomendó para dirigir una nueva colección en la editorial uruguaya Tierra Nueva y le presentó a un tal Jorge Varlotta, primer nombre y primer apellido de Mario Levrero, que había sido finalista del concurso del semanario Marcha. “Me dio el manuscrito de La ciudad –recuerda Souto–. Lo leí esa noche y no podía creer lo que era eso, estaba solo en el mundo leyendo ese libro. No hay nadie haciendo esto en nuestro idioma, en este lugar, desde nuestra geografía; es un libro único, al mismo tiempo un poco ‘torpe’ y ‘tartamudo’, como él mismo aceptaba. Le costó mucho escribirlo, dejaba espacios en blanco porque no le salía la palabra justa y después buscaba en el diccionario o les preguntaba a los amigos. Decidí hacer lo imposible para publicarlo. Después vino el trabajo de convencer al editor de que no se publicaba lo que íbamos a publicar sino La ciudad, con el argumento de que era literatura uruguaya, buena, rara, divertida. Yo creo que nadie entendía nada, pero era tal mi entusiasmo que terminaron aceptando. Al día siguiente, cuando le dije a Mario lo que me había producido su novela, me dio una carpeta llena de cuentos que era La máquina de pensar en Gladys, todos los cuentos que había publicado y algunos inéditos.”
No es incómodo ni molesto ni extraño homenajear al escritor uruguayo en momentos en que goza del reconocimiento académico y del mercado editorial. Pero cuando Souto intentaba predicar y contagiar su entusiasmo y pasión por el uruguayo estaba en tierra yerma. Salvo para los Gandolfo –Francisco y Elvio–, “no existía” Levrero. “Desde el principio tuve la sensación de que era el escritor uruguayo más interesante de todos los tiempos, me interesa más que Felisberto (Hernández), que (Juan Carlos) Onetti. Cuando publiqué sus dos primeras novelas, nadie entendía qué era Levrero. Yo regalé en Barcelona ejemplares de La ciudad a los amigos más inteligentes y nunca nadie me dijo nada. Ni siquiera que lo detestaba. Parece ahora que el tiempo lo alcanzó y de repente se lo descubre. Lo que pasa es que hizo dos trucos: uno el de morirse y el otro escribir en los últimos tiempos cosas mucho más fáciles con las que se puede entrar por la puerta de la ‘literatura del yo’. Yo creo que la pólvora está en sus primeros libros, donde él no entendía dónde estaba ni cómo salir de ahí, que es la Trilogía involuntaria.”
Las palabras de Chitarroni funcionan como un conjuro para cerrar toda una jornada dedicada a reflexionar y a leer los textos del narrador uruguayo. “El parpadeo extraño de Levrero es algo de lo que nadie debería privarse.”
La máquina de pensar en Mario Levrero (1940-2004) funciona cada vez mejor. Atrevido, inclasificable, el más raro entre los raros, el escritor uruguayo suma cada vez más lectores de distintas generaciones y es homenajeado en el Encuentro de la Palabra por Luis Chitarroni, Ricardo Strafacce, Luciana Martínez, Ezequiel De Rosso, y por su primer editor, Marcial Souto. Levrero negaba cualquier vinculación con la ciencia ficción y se definía como un escritor realista, “un realismo que tiene que ver con lo trascendental, una expresión de la interioridad donde escribe un ‘yo del trance’”, subraya Martínez y precisa que este concepto está en Manual de parapsicología. “El realismo de Levrero no obtura lo fantástico; lo real adviene por la vía fantástica. Levrero se apropia de géneros discursivos que a priori no pertenecen a la literatura.”
De Rosso advierte que es “sorprendente” la relación de Levrero con el policial. “Los textos policiales, sobre todo La banda del ciempiés, que es del ‘89, y Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo, del ‘73, no están contados en primera persona. Todos los textos de Levrero se caracterizan por estar narrados en primera persona, incluso otra novela policial, Dejen todo en mis manos, un libro bellísimo. Las novelas policiales son raras en el corpus de Levrero, él las consideraba menores y poco importantes”, explica De Rosso, compilador de La máquina de pensar en Mario, ensayos sobre la obra del escritor uruguayo. “La novela policial funciona como una alternativa a su obra. Todo punto de quiebre en la obra de Levrero va acompañado por una novela policial.” Una de las grandes pasiones de Strafacce es la obra del uruguayo. “La primera página de La novela luminosa problematiza sobre el género. Levrero plantea la separación radical entre la literatura y la vida; una autobiografía sería un libro muy aburrido, una sucesión de días grises; recusa a la vida y a las ideas como generadoras de literatura”, dice el autor de la biografía de Osvaldo Lamborghini y las novelas La boliviana y Frío de Rusia, entre otras.
¿Qué es lo autobiográfico de una novela?, se pregunta Chitarroni. “Una novela no es un diario porque elabora con el acontecimiento vital una tensión”, responde el escritor y editor y señala la necesidad de “distanciar el ‘yo de la novela’ del ‘yo confesional’”. “Levrero, que era un escritor extraordinario, parece constituido como la unidad generadora de todas esas novelas tan distintas que escribió a partir de su muerte. Habría que ver de qué manera se genera una especie de mito unificador que hace que todas esas novelas pertenezcan a un mismo sujeto”, plantea el autor de Siluetas y Peripecias del no. Strafacce destaca la impronta de Kafka en Levrero y menciona que el uruguayo llamaba al escritor checo “mi hermano mayor”. “Siempre pensé la literatura de Levrero como realismo inverosímil. En las novelas y en los relatos de Levrero ocurren hechos extraordinarios, y la presencia de Kafka se nota en el concepto de los espacios, siempre infinitamente plegables y atravesables, pasillos, corredores, puertas que no dan adonde deberían dar. Tras cada pasillo, tras cada puerta que aparece de golpe, hay cierta sexualidad o cierto erotismo mórbido.”
Chitarroni dispara frases antológicas que quedan rebotando en las paredes de la memoria: “Kafka usaba las palabras como si tuviera que devolverlas al día siguiente”. El autor de La metamorfosis estaba habitado por un ingenio “que le permitía desplazarse hacia una fórmula humorística”, opina Chitarroni. Strafacce coincide y aclara que las situaciones cómicas en Levrero están narradas desde un lugar de extrañamiento. “El narrador, aún en los momentos más cómicos, nunca es canchero; en muchos relatos hay una presencia muy fuerte de Lewis Carroll. Levrero tiene por momentos la mirada de un niño, aun cuando el protagonista es un adulto”, explica Strafacce.
Muchas veces lo no “programado” irrumpe con la frescura de lo inesperado. Marcial Souto, el primer editor de Levrero, está escuchando atentamente como un espectador más. Este escritor, traductor y director de revistas y colecciones literarias que nutrieron a varias generaciones de lectores argentinos, uruguayos y españoles, vivía en Uruguay en 1969 cuando Pancho Graells, un humorista gráfico, lo recomendó para dirigir una nueva colección en la editorial uruguaya Tierra Nueva y le presentó a un tal Jorge Varlotta, primer nombre y primer apellido de Mario Levrero, que había sido finalista del concurso del semanario Marcha. “Me dio el manuscrito de La ciudad –recuerda Souto–. Lo leí esa noche y no podía creer lo que era eso, estaba solo en el mundo leyendo ese libro. No hay nadie haciendo esto en nuestro idioma, en este lugar, desde nuestra geografía; es un libro único, al mismo tiempo un poco ‘torpe’ y ‘tartamudo’, como él mismo aceptaba. Le costó mucho escribirlo, dejaba espacios en blanco porque no le salía la palabra justa y después buscaba en el diccionario o les preguntaba a los amigos. Decidí hacer lo imposible para publicarlo. Después vino el trabajo de convencer al editor de que no se publicaba lo que íbamos a publicar sino La ciudad, con el argumento de que era literatura uruguaya, buena, rara, divertida. Yo creo que nadie entendía nada, pero era tal mi entusiasmo que terminaron aceptando. Al día siguiente, cuando le dije a Mario lo que me había producido su novela, me dio una carpeta llena de cuentos que era La máquina de pensar en Gladys, todos los cuentos que había publicado y algunos inéditos.”
No es incómodo ni molesto ni extraño homenajear al escritor uruguayo en momentos en que goza del reconocimiento académico y del mercado editorial. Pero cuando Souto intentaba predicar y contagiar su entusiasmo y pasión por el uruguayo estaba en tierra yerma. Salvo para los Gandolfo –Francisco y Elvio–, “no existía” Levrero. “Desde el principio tuve la sensación de que era el escritor uruguayo más interesante de todos los tiempos, me interesa más que Felisberto (Hernández), que (Juan Carlos) Onetti. Cuando publiqué sus dos primeras novelas, nadie entendía qué era Levrero. Yo regalé en Barcelona ejemplares de La ciudad a los amigos más inteligentes y nunca nadie me dijo nada. Ni siquiera que lo detestaba. Parece ahora que el tiempo lo alcanzó y de repente se lo descubre. Lo que pasa es que hizo dos trucos: uno el de morirse y el otro escribir en los últimos tiempos cosas mucho más fáciles con las que se puede entrar por la puerta de la ‘literatura del yo’. Yo creo que la pólvora está en sus primeros libros, donde él no entendía dónde estaba ni cómo salir de ahí, que es la Trilogía involuntaria.”
Las palabras de Chitarroni funcionan como un conjuro para cerrar toda una jornada dedicada a reflexionar y a leer los textos del narrador uruguayo. “El parpadeo extraño de Levrero es algo de lo que nadie debería privarse.”
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