viernes, 11 de junio de 2010

La escritura de Dios (El Aleph)

Tercera clase

El Aleph es un cuento del escritor argentino Jorge Luis Borges, publicado en la revista Sur en 1945 y en el libro homónimo en el año 1949. Y elegimos empezar con "La escritura de dios".
Presenta numerosas posibles interpretaciones, entre ellas la que plantea una lectura desde el existencialismo, basada en la idea de la incapacidad del ser humano de enfrentarse a la eternidad (presente en muchos de los cuentos borgeanos).En este cuento, que se ha convertido en casi un culto, se puede reconocer toda su literatura, de tal forma que se lo puede calificar como el cuento paradigmático de la vasta biblioteca borgeana, abrevando en la ironía, el juego con el lenguaje y la erudición –tanto verídica como apócrifa-.


La cárcel es profunda y de piedra; su forma, la de un hemisferio casi perfecto, si bien el piso (que también es de piedra) es algo menor que un círculo máximo, hecho que agrava de algún modo los sentimientos de opresión y de vastedad. Un muro medianero la corta; éste, aunque altísimo, no toca la parte superior de la bóveda; de un lado estoy yo, Tzinacán, mago de la pirámide de Qaholom, que Pedro de Alvarado incendió; del otro hay un jaguar, que mide con secretos pasos iguales el tiempo y el espacio del cautiverio. A ras del suelo, una larga ventana con barrotes corta el muro central. En la hora sin sombra se abre una trampa en lo alto, y un carcelero que han ido borrando los años maniobra una roldana de hierro, y nos baja en la punta de un cordel, cántaros con agua y trozos de carne. La luz entra en la bóveda; en ese instante puedo ver al jaguar.
He perdido la cifra de los años que yazgo en la tiniebla; yo, que alguna vez era joven y podía caminar por esta prisión, no hago otra cosa que aguardar, en la postura de mi muerte, el fin que me destinan los dioses. Con el hondo cuchillo de pedernal he abierto el pecho de las víctimas, y ahora no podría, sin magia, levantarme del polvo.
La víspera del incendio de la pirámide, los hombres que bajaron de altos caballos me castigaron con metales ardientes para que revelara el lugar de un tesoro escondido. Abatieron, delante de mis ojos, el ídolo del dios; pero éste no me abandonó y me mantuvo silencioso entre los tormentos. Me laceraron, me rompieron, me deformaron, y luego desperté en esta cárcel, que ya no dejaré en mi vida mortal.
Urgido por la fatalidad de hacer algo, de poblar de algún modo el tiempo, quise recordar, en mi sombra, todo lo que sabía. Noches enteras malgasté en recordar el orden y el número de unas sierpes de piedra o la forma de un árbol medicinal. Así fui revelando los años, así fui entrando en posesión de lo que ya era mío. Una noche sentí que me acercaba a un recuerdo preciso; antes de ver el mar, el viajero siente una agitación en la sangre. Horas después empecé a avistar el recuerdo: era una de las tradiciones del dios. Éste, previendo que en el fin de los tiempos ocurrirían muchas desventuras y ruinas, escribió el primer día de la Creación una sentencia mágica, apta para conjurar esos males. La escribió de manera que llegara a las más apartadas generaciones y que no la tocara el azar. Nadie sabe en qué punto la escribió, ni con qué caracteres; pero nos consta que perdura, secreta, y que la leerá un elegido. Consideré que estábamos, como siempre, en el fin de los tiempos y que mi destino de último sacerdote del dios me daría acceso al privilegio de intuir esa escritura. El hecho de que me rodeara una cárcel no me vedaba esa esperanza; acaso yo había visto miles de veces la inscripción de Qaholom y sólo me faltaba entenderla.
Esta reflexión me animó, y luego me infundió una especie de vértigo. En el ámbito de la tierra hay formas antiguas, formas incorruptibles y eternas; cualquiera de ellas podía ser el símbolo buscado. Una montaña podía ser la palabra del dios, o un río o el imperio o la configuración de los astros. Pero en el curso de los siglos las montañas se allanan y el camino de un río suele desviarse y los imperios conocen mutaciones y estragos y la figura de los astros varía. En el firmamento hay mudanza. La montaña y la estrella son individuos, y los individuos caducan. Busqué algo más tenaz, más invulnerable. Pensé en las generaciones de los cereales, de los pastos, de los pájaros, de los hombres. Quizás en mi cara estuviera escrita la magia, quizá yo mismo fuera el fin de mi busca. En ese afán estaba cuando recordé que el jaguar era uno de los atributos del dios.
Entonces mi alma se llenó de piedad. Imaginé la primera mañana del tiempo, imaginé a mi dios confiando el mensaje a la piel viva de los jaguares, que se amarían y se engendrarían sin fin, en cavernas, en cañaverales, en islas, para que los últimos hombres lo recibieran. Imaginé esa red de tigres, ese caliente laberinto de tigres, dando horror a los prados y a los rebaños para conservar un dibujo. En la otra celda había un jaguar; en su vecindad percibí una confirmación de mi conjetura y un secreto favor.
Dediqué largos años a aprender el orden y la configuración de las manchas. Cada ciega jornada me concedía un instante de luz, y así pude fijar en la mente las negras formas que tachaban el pelaje amarillo. Algunas incluían puntos; otras formaban rayas trasversales en la cara interior de las piernas; otras, anulares, se repetían. Acaso eran un mismo sonido o una misma palabra. Muchas tenían bordes rojos.
No diré las fatigas de mi labor. Más de una vez grité a la bóveda que era imposible descifrar aquel testo. Gradualmente, el enigma concreto que me atareaba me inquietó menos que el enigma genérico de una sentencia escrita por un dios. ¿Qué tipo de sentencia (me pregunté) construirá una mente absoluta? Consideré que aun en los lenguajes humanos no hay proposición que no implique el universo entero; decir el tigre es decir los tigres que lo engendraron, los ciervos y tortugas que devoró, el pasto de que se alimentaron los ciervos, la tierra que fue madre del pasto, el cielo que dio luz a la tierra. Consideré que en el lenguaje de un dios toda palabra enunciaría esa infinita concatenación de los hechos, y no de un modo implícito, sino explícito, y no de un modo progresivo, sino inmediato. Con el tiempo, la noción de una sentencia divina parecióme pueril o blasfematoria. Un dios, reflexioné, sólo debe decir una palabra, y en esa palabra la plenitud. Ninguna voz articulada por él puede ser inferior al universo o menos que la suma del tiempo. Sombras o simulacros de esa voz que equivale a un lenguaje y a cuanto puede comprender un lenguaje son las ambiciosas y pobres voces humanas, todo, mundo, universo.
Un día o una noche -entre mis días y mis noches ¿qué diferencia cabe?- soñé que en el piso de la cárcel había un grano de arena. Volví a dormir; soñé que los granos de arena eran tres. Fueron, así, multiplicándose hasta colmar la cárdel, y yo moría bajo ese hemisferio de arena. Comprendí que estaba soñando: con un vasto esfuerzo me desperté. El despertar fue inútil: la innumerable arena me sofocaba. Alguien me dijo: "No has despertado a la vigilia, sino a un sueño anterior. Ese sueño está dentro de otro, y así hasta lo infinito, que es el número de los granos de arena. El camino que habrás de desandar es interminable, y morirás antes de haber despertado realmente."
Me sentí perdido. La arena me rompía la boca, pero grité: "Ni una arena soñada puede matarme, ni hay sueños que estén dentro de sueños." Un resplandor me despertó. En la tiniebla superior se cernía un círculo de luz. Vi la cara y las manos del carcelero, la roldana, el cordel, la carne y los cántaros.
Un hombre se confunde, gradualmente, con la forma de su destino; un hombre es, a la larga, sus circunstancias. Más que un descifrador o un vengador, más que un sacerdote del dios, yo era un encarcelado. Del incansable laberinto de sueños yo regresé como a mi casa a la dura prisión. Bendije su humedad, bendije su tigre, bendije el agujero de luz, bendije mi viejo cuerpo doliente, bendije la tiniebla y la piedra.
Entonces ocurrió lo que no puedo olvidar ni comunicar. Ocurrió la unión con la divinidad, con el universo (no sé si estas palabras difieren). El éxtasis no repite sus símbolos: hay quien ha visto a Dios en un resplandor, hay quien lo ha percibido en una espada o en los círculos de una rosa. Yo vi una Rueda altísima, que no estaba delante de mis ojos, ni detrás, ni a los lados, sino en todas partes, a un tiempo. Esa Rueda estaba hecha de agua, pero también de fuego, y era (aunque se veía el borde) infinita. Entretejidas, la formaban todas las cosas que serán, que son y que fueron, y yo era una de las hebras de esa trama total, y Pedro de Alvarado, que me dio tormento, era otra. Ahí estaban las causas y los efectos, y me bastaba ver esa Rueda para entenderlo todo, sin fin. ¡Oh dicha de entender, mayor que la de imaginar o la de sentir! Vi el universo y vi los íntimos designios del universo. Vi los orígenes que narra el Libro del Común. Vi las montañas que surgieron del agua, vi los primeros hombres de palo, vi las tinajas que se volvieron contra los hombres, vi los perros que les destrozaron las caras. Vi el dios sin cara que hay detrás de los dioses. Vi infinitos procesos que formaban una sola felicidad, y, entendiéndolo todo, alcancé también a entender la escritura del tigre.
Es una fórmula de catorce palabras casuales (que parecen casuales), y me bastaría decirla en voz alta para ser todopoderoso. Me bastaría decirla para abolir esta cárcel de piedra, para que el día entrara en mi noche, para ser joven, para ser inmortal, para que el tigre destrozara a Alvarado, para sumir el santo cuchillo en pechos españoles, para reconstruir la pirámide, para reconstruir el imperio. Cuarenta sílabas, catorce palabras, y yo, Tzinacán, regiría las tierras que rigió Moctezuma. Pero yo sé que nunca diré esas palabras, porque ya no me acuerdo de Tzinacán.
Que muera conmigo el misterio que está escrito en los tigres. Quien ha entrevisto el universo, quien ha entrevisto los ardientes designios del universo, no puede pensar en un hombre, en sus triviales dichas o desventuras, aunque ese hombre sea él. Ese hombre ha sido él, y ahora no le importa. Qué le importa la suerte de aquel otro, qué le importa la nación de aquel otro, si él, ahora, es nadie. Por eso no pronuncio la fórmula, por eso dejo que me olviden los días, acostado en la oscuridad.

Análisis:


Nos habla de la edad antigua y de la distintas creencias que se tienen en estas épocas.
Personaje principal: Tzinacán
Tzinacán, mago de la pirámide de Qaholom, se encuentra preso en una cárcel de piedra dividida por un muro de piedra y al otro lado se encuentra un jaguar.
Una noche siente una excitación particular, recordó que Dios proviendo el fin de los tiempos, escribió una sentencia mágica el primer día de la creación. Piensa que ese mensaje divino debe estar escrito en algo inmutable para que perdure a través de los siglos, quizá en un río, una montaña o en él mismo, pero después se da cuenta que todo eso puede cambiar con el tiempo.
Un día pensó: "¿qué tipo de sentencia podría escribir un Dios?" y se dio cuenta que Dios no necesitaba ninguna sentencia, con una sola palabra podía abarcar la plenitud.
Entonces ocurrió la unión con la divinidad, vio una rueda que estaba por todas partes, bastaría pronunciar las catorce palabras escritas para regir la tierra pero en ese momento eso carecía de importancia porque él ya no era nadie.

Analizamos "Sur", publicado en "Ficciones", en 1944.

Dahlmann mantenía en el sur el casco de una estancia que había pertenecido a su abuelo materno, pero “Las tareas y acaso la indolencia lo retenían en la ciudad”. “Nadie ignora que el Sur empieza del otro lado de Rivadavia. Dahlmann solía repetir que ello no es una convención y que quien atraviesa esa calle entra en un mundo más antiguo y más firme.”
Un día, se golpea fuertemente la cabeza con una viga con la emoción de llegar a su casa con el volúmen de "La mil y una noches" y después de días de fiebre, es llevado a un sanatorio. Dahlmann está al borde de la muerte, y es aquí cuando Borges comienza a jugar con el tiempo y el espacio; el lector confunde constantemente el lugar en donde se encuentra Dahlmann, se muestran dos lugares paralelos, el Sur y el sanatorio, no se sabe si por la fiebre el personaje alucina con estar en el Sur, si simplemente es su deseo, o si se ha recuperado y ha podido tomar ese tren y viajar. En el final del cuento, Dahlmann muere en el Sur en una riña. Sin embargo se puede interpretar que esa muerte no es real; que Dahlmann nunca estuvo en el Sur, permaneció y murió en la camilla del sanatorio. Ante la posibilidad de una muerte absurda, sintió odio por sí mismo, se sintió humillado, y soñó una muerte “criolla”, como había sido la de su abuelo Johannes Dahlmann.
"Sintió, al atravesar el umbral, que morir en una pelea a cuchillo, a cielo abierto y acometiendo, hubiera sido una liberación para él, una felicidad y una fiesta, en la primera noche del sanatorio, cuando le clavaron la aguja. Sintió que si él, entonces, hubiera podido elegir o soñar su muerte, ésta es la muerte que hubiera elegido o soñado."

Y "Continuidad de los parques, de Julio Cortazar (Final de juego, 1964).

Espero los aportes. Amo los tres cuentos leídos y "descuartizados" por el grupete, y la consigna es preparar otro cuento o ensayo que hable o de laberintos, de ríos, de espejos, del tiempo, de enagramas, de la tortuga, el gato, el jaguar, el tigre, el mar, el I ching, la divinidad, el palacio, la salida del laberinto. O bien las frases que remarcamos en el texto.

6 comentarios:

  1. leo la palabra exacta, los signos constantes, la infinita soledad.
    y también algo que pocas veces es tenido en cuenta la hacer un análisis de la obra de Borges:la reflexión lingüística: "Consideré que aun en los lenguajes humanos no hay proposición que no implique el universo entero; decir el tigre es decir los tigres que lo engendraron, los ciervos y tortugas que devoró, el pasto de que se alimentaron los ciervos, la tierra que fue..." El lenguaje,contintente y contenido.

    (y me gustaría mucho que publicaras el análisis de "Continuidad de los parques".)


    agradezco tu comentario en mi blog, me siento honrada con tus palabras.
    mil besos,Rossina*

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  2. RAYUELITA, ¡amola! ¿se atreve a la consigna?

    a esta conclusión la consideramos la más acertada.

    Un hombre vuelve en tren a su finca, trata con su mayordomo sobre y le escribe a su apoderado. Se sienta en su sillón de terciopelo verde (su preferido) que da la espalda a la puerta y se pone a leer una novela que estaba cerca de terminar.
    La novela que lee se trata de una pareja de amantes que se encuentran en una cabaña, él tiene una lastimadura en la cara por una rama, ella lo estaba esperando. Ella quiere acariciarlo pero él la rechazaba porque habían arreglado el encuentro para planificar como iban a matar a alguien. Prepararon coartadas y analizaron posibles errores.
    Se separan a la salida de la cabaña, ella va para un lado y él para otro, sale corriendo entre los setos y los árboles para llegar a una casa. En el camino, los perros no deben ladrar y el mayordomo no debe estar: todo se cumple como lo habían planeado. Él sube el porche y entra a la casa. Recuerda lo que le dijo la mujer: primero una sala azul, luego una galería, una escalera alfombrada y al final dos puertas, no habría gente en las habitaciones. Una vez que entra en la última habitación con el puñal en la mano, ve a un hombre de espaldas a la puerta sentado en un sillón de terciopelo verde leyendo una novela.
    En ese momento el lector se da cuenta de que el hombre en el sillón es la víctima del protagonista de la novela.

    En el cuento se unen dos historias:

    1- una, la del hombre que lee la novela cómodamente sentado en su sillón de terciopelo verde.

    2- la de la novela que el hombre lee y que luego se hace realidad.

    Ambas historias se unen mediante elementos comunes desde el momento en que el amante se interna en el follaje hasta que éste entra en la habitación donde hay un sillón verde y un hombre leyendo en él.

    ¿"SUR"? ¿Dónde muere Dahlman? para mé en el campo...
    Quiero creer que logró llegar ;)

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  3. Rossina:ámola!
    me atrevo, of course.

    La continuidad de los parques es un relato circular, o sea, termina como inicia;pero aquí está sumado el elemento del relato extraño.Y aquí desembocamos en la conclusión a la que usted y sus talleristas llegan perfectísimamente:ambas historias unidas por la historia que el hombre lee, que a su vez es leído...

    Y Dahlman, pa'mí que muere en el campo.
    Cree bien.

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  4. Rectifico luego de una relectura...tengo tanto Borges en laberinto que, sorry, se me confundió el cuento para la respuesta:Dahlman no llega al sur. Muere en el sanatorio,fíjese cuánto le dice Borges a lo largo de la historia. El "viaje" es precisamente eso, un último viaje de la conciencia, de lo más profundo, de lo ancestral.Dahlman no muere a cielo abierto.

    besos, Rossina*

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  5. quien hablar y quien escribe? analisis borgeano

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