miércoles, 4 de julio de 2012

Jorge Luis Borges y José Bianco

Jorge Luis Borges
por José Bianco (Este retrato está incluido en Ficción y reflexión)



Alguna vez Borges me contó que su padre era un hombre letrado, liberal, amplio de espíritu, a quien impacientaban un poco ciertos miembros de su familia, muy convencionales y católicos, de una piedad excesivamente apegada a las minucias. Sospecho que Borges ha heredado de su padre buena parte de su talento y originalidad.
Mi relación con Borges se hizo más asidua a través de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares. Tantas veces he comido con Borges en casa de ellos, primero en Coronel Díaz, después en Santa Fe, después en Aguado, y por último en Posadas, donde viven actualmente, en la misma casa donde lo conocí. Cuando entré a trabajar a Sur, en mayo de 1938, pocas cosas me daban más alegría que las colaboraciones de Borges. Me parecía, en cierto modo, que justificaban la revista. Recuerdo que a consecuencia de una operación en la que estuvo a punto de morir (en aquella época no existían los antibióticos) Borges temió por su integridad mental. Durante la convalecencia y después, ya curado, decidió abordar un género nuevo, escribir algo completamente distinto de lo que había hecho hasta entonces; que no se pudiera decir: “Es mejor o peor que el Borges de antes”. Así nació su primer cuento fantástico de inspiración metafísica: “Pierre Menard, autor del Quijote”. Borges estaba tan preocupado por el texto que acababa de entregarme –quizá ni él mismo se daba cuenta clara del resultado de su talento–, que a la mañana siguiente me llamó para saber qué me había parecido. Le dije la verdad: “Nunca he leído nada semejante”, y me apresuré a publicarlo, encabezando el número 56 de Sur.
Sé que Borges no lo considera el mejor de sus cuentos; a mí, sin embargo, me parece uno de los más atractivos. Proponerse escribir íntegramente el Quijote con las mismas palabras de Cervantes, pero cuatro siglos después, y por un literato francés que es su antítesis, ¿a quién, sino a Borges, se le podía ocurrir esa idea? Me llevé el cuento a casa, lo leí y releí aquella noche, y mientras lo leía, admirado, asombrado, no podía dejar de sonreír. “El texto de Cervantes y el de Menard son verbalmente idénticos –dice Borges– pero el segundo es casi infinitamente más rico.” Y Borges coteja un párrafo de Cervantes con otro de Menard:

“‘... la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir’.

Redactada en el siglo diecisiete –continúa Borges–, redactada por el ‘ingenio lego’ Cervantes, esa enumeración es un mero elogio retórico de la historia. Menard, en cambio (el subrayado es mío), escribe:”

Y Borges repite el párrafo. Después:

“La historia, madre de la verdad; la idea es asombrosa. Menard, contemporáneo de William James, no define la historia como una indagación de la realidad sino como su origen. La verdad histórica, para él no es lo que sucedió: es lo que juzgamos que sucedió. Las cláusulas finales –ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir– son descaradamente pragmáticas.”

¿No eran explicables mi admiración y mi asombro?

Hacia 1958 Borges escribió versos con metro y rima. Soy bastante anticuado en materia de poesía y ya por entonces el verso libre, salvo algunas excepciones, empezaba a fatigarme. Auden dice que el poeta no debe escribir versos libres hasta los cuarenta años, es decir hasta que no llegue a la plenitud de la vida. Borges piensa lo mismo. Recientemente, en un diálogo con Jorge Cruz, dijo que cuando escribió Fervor de Buenos Aires cometió el error, tan común entre los jóvenes, de suponer que el verso libre a la manera de Walt Whitman era el más sencillo. Después comprendió que era el más difícil. Es fácil imaginar con qué júbilo recibí cuatro sonetos de Borges. Este Borges, en cierto modo nuevo, aparecería en Sur antes que en ninguna otra publicación. No fue posible. Sur era por entonces una revista bimensual. Un poema de Borges, también con metro y rima, un poema que después se haría famoso, “Límites”, apareció quince días antes en el Suplemento Literario de La Nación. Ahora voy a reproducir los dos últimos tercetos del primer soneto que me dio Borges, un soneto cuya inspiración conocía y que por eso, acaso, tanto me conmovió. Se llama “Una brújula”:

Detrás del nombre hay lo que no se nombra;

Hoy he sentido gravitar su sombra

En esta aguja azul, lúcida y leve,

Que hacia el confín de un mar tiende su empeño,

Con algo de reloj visto en un sueño

Y algo de ave dormida que se mueve.

Una mañana, varios años antes, yo había ido a casa de Borges no sé con qué motivo, quizá para consultar la Enciclopedia Británica, y la señora de Borges me hizo quedar a comer. Cuando terminó el almuerzo, Borges me condujo hasta su cuarto y abrió un cajón del escritorio. Adentro había una barrita de lacre rojo y una brújula. El lacre rojo y la brújula eran en verdad fascinantes, mágicos. Inspiraban una suerte de veneración. Después Borges cerró el cajón del escritorio. Entonces comprendí por qué se había limitado a mostrármelos, sin decir una palabra.


De la página preliminar de Jorge Luis Borges a Ficción y Realidad
José Bianco por Borges

Jose Bianco es uno de los primeros escritores argentinos y uno de los menos famosos. La explicación es fácil. Bianco no cuidó su fama, esa ruidosa cosa que Shakespeare equiparó a una burbuja y que ahora comparten las marcas de cigarrillos y los políticos. Prefirió la lectura y la escritura de buenos libros, la reflexión, el ejercicio íntegro de la vida y la generosa amistad.
Como el cristal o como el aire, el estilo de Bianco es invisible. Las palabras, aunque armoniosas, no se interponen entre el autor y los lectores. Este es un modo de afirmar que su estilo es clásico. [..] Las páginas de José Bianco nos confían casi imperceptiblemente, una historia que nuestra imaginación agradece y de la que no podemos descreer. Esta virtud no es común.
Recuerdo gratamente la lectura de su novela Sombras suele vestir , palabras que proceden de Góngora. En ella, Bianco nos cuenta una historia donde, tal como sucede en la realidad, lo cotidiano y lo fantástico se entretejen. Ayuda a lo fantástico la gravitación de la Biblia, tantas veces recordada y citada por los protagonistas.

Jorge Luis Borges. Buenos Aires, 18 de Septiembre de 1985.

3 comentarios:

  1. Dos gigantes, que desde este humilde extremo del planeta, nos observan
    piadosos desde el Olimpo de nuestra admiración. Disfruto el texto y
    las citas, porque no son elogios que se retribuyen sino la admiración
    sincera de dos grandes talentos. Y si agregamos el lado que falta para
    que la figura sea la más perfecta, el triángulo pitagórico, la más
    resistente de las formas, con un Macedonio ensayando una intencionada
    digresión, la figura se completa. Besos, gracias por compartirlo.

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  2. Hola Rossina:

    Le digo la verdad, no leí nunca de Bianco.
    Leí sobre Bianco las cosas que opinaba Borges, que resultan más o menos lo que está en el artículo.

    Por Alifano, en "El Humor de Borges", se lo nombra como un amigo muy querido y un excelente escritor.

    Me hace acordar que siempre se debe una materia en algo.

    Beso.

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  3. La anécdota del cajón con el lacre y la brújula me pareció muy hermosa, con ese silencio de Borges que se vuelve tan revelador, tan dador de sentido a esos objetos que sin más se convierten en tesoro.
    Luego está Fervor de Buenos Aires, del que se retractó tanto su autor y que a mi no puede dejar de emocionarme, nunca lo vi como un error de juventud, solo me dejé llevar.

    Lo peor es que acá es imposible encontrar nada de Bianco, ni de tantos otros (a Abelardo y a Levrero los encontré casi de milagro).
    Solo por el perfil insinuado que de él da Borges merecería leerlo, su "estilo invisible", el mejor halago que podrían concederle.

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