jueves, 2 de mayo de 2013

El cautivo





En Junín o en Tapalqué refieren la historia. Un chico desapareció después de un malón; se dijo que lo habían robado los indios. Sus padres lo buscaron inútilmente; al cabo de los años, un soldado que venía de tierra adentro les habló de un indio de ojos celestes que bien podía ser su hijo. Dieron al fin con él (la crónica ha perdido las circunstancias y no quiero inventar lo que no sé) y creyeron reconocerlo. El hombre, trabajado por el desierto y por la vida bárbara, ya no sabía oír las palabras de la lengua natal, pero se dejó conducir, indiferente y dócil, hasta la casa.
Ahí se detuvo, tal vez porque los otros se detuvieron. Miró la puerta, como sin entenderla. De pronto bajó la cabeza, gritó, atravesó corriendo el zaguán y los dos largos patios y se metió en la cocina. Sin vacilar, hundió el brazo en la ennegrecida campana y sacó el cuchillito de mango de asta que había escondido ahí, cuando chico. Los ojos le brillaron de alegría y los padres lloraron porque habían encontrado al hijo.
Acaso a este recuerdo siguieron otros, pero el indio no podía vivir entre paredes y un día fue a buscar su desierto. Yo querría saber qué sintió en aquel instante de vértigo en que el pasado y el presente se confundieron; yo querría saber si el hijo perdido renació y murió en aquel éxtasis o si alcanzó a reconocer, siquiera como una criatura o un perro, los padres y la casa.
J. L. Borges

4 comentarios:

  1. Recordé la historia apenas vi el titulo. Tengo la sensación de que Borges quiso decir algo más, de que hay algo más. La idea de que el personaje tal vez no reconoció su hogar, tal vez pueda interpretarse de que no se reconoce, no se entiende lo que se considera como real.

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  2. Puede tener varias vertientes este relato de Borges. Todo menos simplicidad. Tal vez el trasfondo de la historia explique ese laberintico misterio del propio conocimiento personal del ser humano. El yo desconocido, el yo que vive de la realidad. La mente es muy compleja y en este poema está muy presente tal aspecto, creo...

    Es mi percepción del tema...

    Abrazos, Rossina

    Fina

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  3. Cuando hoy proliferan breves ocurrencias a las llaman pomposamente microrrelatos, revisitemos, por favor, las rotundas e insondables brevedades del maestro Borges: el niño perdido, el hombre trabajado por el desierto, el pequeño cuchillo oculto que le devuelve el filo de la infancia perdida, ese instante sublime e inexplicable en que en el olvido se abre paso un único recuerdo sin conexión con nada, salvo consigo mismo.

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