Parte I
A veces pienso que hay un verdadero abismo entre la gente que anda por las calles, y yo. Me doy cuenta de que todos andan de un lado a otro ocupados en sus cosas, sin maravillarse del absurdo en que están inmersos. Yo no puedo dejar de maravillarme, y es en ese preciso punto en que comienza el sentimiento de lo maravilloso cuando la ciudad se redime y se transforma, para mí, en arte. De sufrir la ciudad paso a disfrutarla: la velocidad de los automóviles, la furia automática de los automovilistas, la carrera agotadora sin fin, con su tendal de vidas, la ansiedad, el atroz desequilibrio; el ruido, el humo, la muerte amenazando en cada cruce, el desgaste inútil de los nervios de las personas, de las vidas de las personas. Es como un cuadro lleno de fuerza, pintado por un loco; es arte, el arte más elaborado, más audaz, más avanzado; arte contemporáneo en permanente evolución. Es el fin de la razón, el el comienzo de la liberación. Las personas ya no son personas, son como los colores que utiliza el artista. Y el artista soy yo, y el único espectador soy yo, y el espectáculo comienza cuando yo llego.
Ya no era la que vivía en mi memoria, cuyo recuerdo había perdido y recuperado; era como una falsificación.
Pero al final todo es agua que corre, todo es pensamiento que fluye, todo es literatura que se escribe o palabras que se piensan, la Historia humana, las gotas de lluvia, todo se vuelve palabra consciente, o se pierde para siempre; aunque también se perderán las palabras. Y si todo este juego tiene al fin algún significado, eso no lo sabemos.
¿Y por qué piensa usted que los escritores son, más que otra gente, presa fácil de las depresiones?_preguntó el señor Caorsi después de mover peón cuatro rey, continuando una conversación que había comenzado a partir de un recorte de periódico que yo había pegado en la pared.
Bueno, no crea que porque escribo de vez en cuando me considero un escritor _dije, comenzando a responderle_. Hay pocos escritores en el mundo, que merezcan ese nombre. De modo que no me incluyo en la lista, y entonces le puedo decir lo que creo sin apelar a la falsa modestia: creo que los escritores se deprimen más que otra gente porque son más inteligentes y más sensibles, y no pueden tolerar la idea de tener que vivir en un mundo estropeado por los imbéciles. Creo que...
Caminar me permite formas de pensamiento que no puedo obtener estando sentado en casa, y digo "en casa" porque cuando estoy sentado en otro sitio, fuera de casa, como por ejemplo en un café, eso promueve otra forma de pensamiento, distinta de la de estar sentado en casa y de la de caminar. Pero es caminando cuando puedo formular los pensamientos más osados, o por lo menos más originales, habitualmente formulaciones hechas desde un punto de vista diferente del habitual. Es como si los problemas se presentaran bajo una nueva luz. También es cierto que muchas soluciones a problemas, encontradas en mis paseos a pie, más tarde se ha visto que no sirven, un poco como las ideas que uno tiene cuando sueña, aunque estas son todavía más inaplicables. Es posible que la soluciones que encuentro al caminar sean correctas, y que luego el que falla es el que trata de aplicarlas juzgándolas desde una posición sentada. Los pensamientos durante estos ágiles paseos bajo un sol benigno ...
Espero que ahora al escribirla, quede definitivamente desalojada el casillero de mis preocupaciones.
Encuentro también absurdo todo cuando ando por las calles, reconocerse a si mismo como absurdo es igual de fundamental ¿no crees? Imagínate que vas por la calle sabiendo exactamente adonde te diriges y por qué saliste de casa, sería un error tremendo, muy triste.
ResponderEliminarLa memoria es y será siempre una gran mentirosa. Lo importante es no procurar siempre ir intentando compararla con la realidad o con la actualidad de los recuerdos. Hay que creer en aquellas mentiras que retenemos por que sí. Es otra de esas cosas absurdas que propone Levrero y que sin embargo son tan recomendables. Como por ejemplo que no se debe uno considerar escritor nunca. Es como si nos etiquetáramos como comedores, o dormidores, o respiradores. Escribir es otra cosa, no una profesión.
No se. Creo que el siguiente libro que buscaré de Levrero será El alma de Gardel. Sigue siendo usted mi principal profesora y guía de lectura.