-Para saber quién es un autor es más útil leer su obra de ficción. Probablemente hay capítulos de Crónica de un iniciado donde he ido más lejos y he sido más sincero, aún mintiendo, que en el diario. Por otra parte, los diarios no se escriben casi nunca en un estado normal, escribís cuando estás muy preocupado o muy desesperado o muy triste. Nadie escribe en un diario “hoy es un día precioso, me encontré la mujer de mi vida, hay un gran sol, estoy alegre”, no. Los grandes diarios, en general, dan la impresión de que el autor es siempre un atormentado y no, estaba atormentado cuando escribió en el diario.
-Sí, la felicidad, por lo menos a mí, me juega en contra. La literatura no se vive, se escribe, la vida se vive. Si estás haciendo el amor no estás pensando el tema para una novela. La vida real es muy difícil de escribir, eso por otra parte lo han dicho todos los escritores: hay que dejar morir el sentimiento para poder rearmarlo en la literatura y darle el sentido que tiene.
-Siempre; en las fotografías de los diarios, cuando hay una gran catástrofe, aparecen chicos que se están riendo, como jugando. Rememorada, esa infancia empieza a ser triste, pero en el momento en que los chicos la estaban viviendo tal vez no era triste, porque está el mayor, el padre o la madre, que suponen que son los que tienen que arreglar todo. Entonces, muchas veces he dicho, ¿qué versión querés que te cuente de mi vida?, ¿la patética o la alegre? Porque podés contar un mismo hecho patéticamente o con alegría, pero es porque lo resignificaste después, el pasado es lo que sentís hoy de lo que es el pasado.
-Ninguno: el lector que imaginaba era yo mismo algunos años después. Para saber realmente quién sos, a veces tenés que recurrir a la pregunta de qué hubiera hecho yo a los 20 años. Tenía también la idea de ordenarme a mí mismo, como tal vez se nota en algunos apuntes que hay sobre Nietzsche o sobre Unamuno. La idea de la publicación es muy tardía, hará 3 o 4 años que Sylvia –Iparraguirre, su mujer, también escritora– me convenció, y algunos alumnos míos, a los que yo leía fragmentos del diario, para decirles que los problemas que ellos tenían en la literatura los tenía todo el mundo.
-No me reconozco con facilidad a veces, porque no puedo saber exactamente cómo era. Por ejemplo, sé que hay páginas que fueron escritas en estado de ebriedad. La otra vez Sylvia me dice ‘tenés una descripción tan linda de una ardilla en el diario’ y le dije no, no era una ardilla, es una chica. Y hay otras cosas que están contadas como ficciones, en tercera persona y son totalmente personales. Es un yo que ya fue, esto suele ocurrir a veces.
-Sí y tomé durante 13 años y tomé muchísimo. Lo que pasa es que, primero, no aceptaba ser alcohólico, como todos los alcohólicos; segundo, que como podía escribir normalmente, no iba a poner ‘estoy escribiendo borracho’. Para saber algo acerca de mi alcoholismo, lo más probable es que tengas que ir a El que tiene sed donde hay cosas inventadas, omitidas incluso, pero que dan mucho mejor la medida.
-Bueno, quién sabe todas las cosas que no anoté. Yo me acuerdo de haberle dicho a Sylvia y a Lelia, que es otra de las protagonistas del diario, ya de la época de mi alcoholismo, ‘decime qué hice anoche, pero decímelo con bondad’. Tenía un vacío horrible porque sabía que había hecho algo, pero en realidad tampoco quería que me dijeran, ‘hiciste tal cosa, tal otra’.
-Agregaría la obra de Marechal, la de Borges, la de Cortázar. Y ciertas obras de Mujica Láinez, como La casa, que es una obra muy nacional. Expresa una manera de ser de una clase, explica la decadencia del patriciado como no lo hizo ningún escritor. En La casa hay un testimonio feroz de Mujica Láinez en contra de su propia clase. Bueno, eso es autenticidad.
-Lo conocí a Ernesto cuando yo tenía 24 años y él casi 50. Era un hombre deslumbrante. Fue una relación muy linda, hasta el año 63 o 64. Ya en el año 66, cuando se estrenó Israfel, yo estaba mucho más cerca de Marechal que de Ernesto. En realidad, duró 6 años. Esta era mi verdadera relación con Sabato: estábamos peleados todo el año y en Navidad él me llamaba o yo lo llamaba a él o iba a la casa en Año Nuevo y para Reyes ya había empezado de vuelta la discordia. No se podía ser amigo de Sabato, aunque uno lo quisiera, porque siempre te ponía en las situaciones más incómodas.
-Suponiendo que eso fuera una ofensa para mí. Además, creo que cuando fui a casa de David Viñas, fui con Betina –su novia de entonces–; lo hacía para molestarme.
-No sé, pero hay un problema que es de la izquierda argentina, creo que se lo digo a Viñas en la carta que está en el diario también, que para un izquierdista en Argentina, no hay nada peor que otro izquierdista. ¿Te acordás de que Perón decía para un peronista nada mejor que otro peronista? Bueno, para un izquierdista no hay nada peor que otro izquierdista.
-Se especializaba en hacer enojar a la gente. Él contestó un reportaje, yo hice objeciones a ese reportaje y la cita que yo ponía ahí, en mis objeciones, era de Álvaro Yunque, decía: “No confundir hombre fuerte con hombre gordo”. David le tenía una especie de tirria a la gordura, tenía miedo de que le dijeran gordo. David se manejaba a las trompadas con la literatura en esa época.
Me parece muy frustrante que los diarios sean tristes asi que desde hace tiempo solo pongo en el mio cosas absurdas que tienen poco que ver conmigo y me siento mejor....qué razón tiene Abelardo, con la vida no se escribe, a no ser que se tergiverse a posteriori, Qué cantidad de cosas interesantes cuenta aquí, a mi lo que más me gusta es que no tenga reparos en poner a Borges o a Cortázar ahí arriba, a otros como que les da vergüenza ya, como si no quisieran reconocer, como si ser original se lograra a base de ser necio...
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