lunes, 30 de marzo de 2015

Tedio, Beatriz Helbling


...su sombra apareció por el pasillo. Creí verlo caminando por un túnel en el que el sonido de sus pasos, me parecía, iban en dirección contraria. Se alejaba. Miré el reloj que colgaba de la pared y tuve la sensación de que las agujas giraban al revés, desandaban el tiempo. Todo retrocedía. Y me vi, como en un espejo, siendo otra, siendo la que no había sido. La que hubiera querido ser. Siempre. Él estaba allí, yo lo veía frente a mí. 
Pensaba...si te hubieras dado cuenta de que había empezado a no extrañar el beso que me dabas cada mañana cuando me marchaba al trabajo, ni echaba de menos tu cara asomada en la ventana presintiendo mi regreso que me iba olvidando de tu mano acomodándome el mechón de pelo que caía sobre mi frente que ya no me detenía en tus olores,... ay... tus olores sabes me resulta increíble el que no recuerde la fragancia de tu perfume, mira que me gustaba olerte no sé si aún lo usas pero yo ya no lo percibo si hasta se me fue borrando el color de tus ojos, la manera en que me mirabas, el tacto de tus dedos recorriendo todos y cada uno de los poros de mi piel. No quiero que te sientas culpable, sé que tú no te dabas cuenta, claro que no, porque tus ojos se fueron programando para descubrir una mancha de grasa una cortina desplanchada las arrugas de la sábana. Qué pena, mira que me gustaba ver la cama deshecha y sentir el olor de nuestras noches y tu ropa desparramada por el suelo, y tu cuerpo relajado entregado, y el mantel con restos de nuestras cenas con copas vacías y escucharte serena regalándonos tiempo, pero no tú no te dabas cuenta y tu tiempo fue restando segundos a las caricias, a los placeres, a nuestro tiempo... Sí, entiéndeme, al que nos pertenecía porque nos lo habíamos prometido, y tú lo fuiste convirtiendo en un reloj detenido en obligaciones y nos fuimos asfixiando en este destiempo de indiferencias, de distancias, y sin embargo créeme por nuestros hijos, te lo juro, yo seguiré recordando toda mi vida a esa mujer a la que quise mucho, a esa mujer que ya no reconozco y que ahora que la miro y le confieso lo que ya no siento es casi para mi un deber agradecérselo porque esta confesión que es dolorosa me cuesta mucho menos decírselo a una mujer desconocida... y me miraba a los ojos, con una serena manera de hipnotizar mi confusión. Quise huir, abandonar todo lo que pudiera asomarme a su imagen y a la mía juntos, huir del ahora, del mañana, huir de los días venideros, huir del resto de mi vida, pero esa mirada suya me había paralizado, y allí, en esa inmovilidad, se fue silenciando aquel eco de una voz que traspasaba el túnel por donde yo lo vi caminar con los pasos invertidos. 
En el espejo de la habitación se reflejaba el asombro en sus ojos y el antepréterito de un tiempo traspasando los cristales. También la imagen de la mujer que él hubo querido. 
*beatriz* 2007

2 comentarios:

  1. No en vano Borges odiaba esos infames objetos que son los espejos...es fascinante y atroz esta conversación onírica en el que el tiempo y la identidad se vinculan de una forma dolorosa, narrada eso sí con una fluidez y maestría admirables.,.la prosa no va a la zaga del verso en Beatriz.

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  2. Me encanta encontrarte en este rincón, no sólo por el elogioso comentario (que no tiene desperdicio y me sirve de estímulo ) sino por que al leerte tengo la maravillosa sensación de que nos encontramos y charlamos con un café de por medio. Y que te digo mirándote,,,qué hermosa es la palabra que nos une y que te admiro...Abrazos

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