domingo, 15 de marzo de 2015

Libros subrayados, Diarios por Abelardo Castillo


Me atraen sobremanera las estatuillas y los libros. Sobre todo los libros, y a veces no es afán de sabiduría.
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A veces he querido fijar recuerdos agradables escribiéndolos; pero solo conseguí convertirlos en una cosa deformada, irreconocible, ridícula.
No consigo explicarme cómo.
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No consigo recordar hechos, apenas imágenes esfumadas, sensaciones. Acaso se debe a que nunca estoy en el lugar donde se encuentra mi cuerpo. No me siento ahí.
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He hablado estos días, Borges le llama a eso "borradores orales".
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Lo difícil es conocer cuando una palabra decora y estorba.
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Del sueño no recuerdo nada. Desperté violentamente; el sueño perturbaba en mí. Fue extraño. Soñé en segunda persona; yo era un espectador invisible, aun para mí mismo, de una fantástica apuesta.
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Tengo miedo que el tiempo desdibuje, más que mis palabras de hoy, el recuerdo de aquellos rimeros días
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Aprender a escribir. Tal vez sea imposible pretender ser escritor como se pretende ser abogado, es decir, siguiendo un curso preparatorio, pero es cierto que después de haber sentido la necesidad de escribir, luego de haber escrito, mal o bien, o medianamente bien, es necesario aprender. Doblegar el idioma es fundamental, porque nadie puede expresar nada, ni siquiera la idea más notable, si no consigue servirse del idioma.
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Escribir como si todos aquellos escritores a quienes debo algo me estuvieran mirando, y conformarlos a todos con mi propia literatura.
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Posiblemente, la oficina termine por embrutecerme por completo algún día. Casi sería lo ideal. Perder, al fin, el motivo de vivir, sobrevivirme, apenas eso. Transformarme  en planta. Los imbéciles son felices. No saben que es la felicidad o la infelicidad, no conocen las insatisfacciones. Entonces vegetan, plácidamente.
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La necesidad de escribir en prosa surge cuando las ideas que se presentan caóticamente requieren un ordenamiento, una forma clara.
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Comprender lo que pasa y prepararse para el futuro. Todo lo demás es nada. De lo contrario la soledad nos gana el sitio en la cama, se acuesta con nosotros, se levanta con nosotros, nos sigue a todas partes. Vivir: la verdad de la vida es vivir,
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Córdoba. Solo en este hotel y llueve. hay cosas que evidentemente deben pasarme a mí... Por si fuera poco, he salido a caminar bajo la lluvia. Trágicamente, claro. En el bar donde me metí, tocaban música desolada, triste: melodías para mi pertinaz adolescencia....
Amo los hoteles. Hoteles como éste, como aquel de Colón, como el de Olavarría. Siempre llueve cuando uno está en un hotel.
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Un cierto tipo de felicidad que consiste en leer a Borges.
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Para recordar lugares hay que descubrirlos en compañía, con alguien a quien se ama, o muy solo, pensando en alguien con tristeza, extrañándolo: alguien que no conoce ese sitio y a quien necesitamos a nuestro lado.
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Leer a Borges siempre me instiga a escribir; es, creo, el escritor que más me hace amar la literatura, el acto de crear, y, al mismo tiempo, uno de los pocos que me remiten a la actividad expectante - pasiva- de la lectura feliz.
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La muerte , al fin de cuentas, es la menos inesperada anécdota de la vida.
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Y por momentos me parece que la famosa paz, cierta paz, no la de mi conciencia pero al menos la de mi cabeza, no es imposible.
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Lo verdaderamente peligroso: la lucidez.
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Y en esto me parezco a papá, sin vuelta de hoja: él me enseño que las cosas hay que desearlas profundamente y un día vienen solas.
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1 comentario:

  1. Ideas genuinas y personales sobre la soledad, la lluvia, la muerte, la felicidad, la escritura...La vida misma en su pensamiento...Gracias por mostrarnos a Abelardo Castillo, amiga...Mi abrazo y mi cariño, Rossina.
    M.Jesús

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