martes, 31 de marzo de 2015

Hemingway, París era una Fiesta


¿Cómo escriben los escritores? ¿Cuántas horas diarias trabajan? ¿En qué momento del día? ¿Qué estrategias prefieren para crear tramas y personajes? ¿Qué tipo de letra usan? Las respuestas a estas preguntas suelen estar confinadas al ámbito de las entrevistas y de las leyendas, antes que al de los estudios literarios. Sin embargo, aportan datos valiosos a la hora de trazar el perfil de un autor y abordar su obra. 
Hemingway, que en París era una fiesta dejó muchos consejos sobre el arte de escribir, dijo que se requiere disciplina para trabajar todas las mañanas y también para dejar de pensar en la obra al levantarse del escritorio, de modo que ésta se siga escribiendo sola en alguna parte de la mente. También recomendaba dejar de escribir cuando la historia fluía, de modo de poder retomarla sin inconvenientes a la mañana siguiente.

*De una carta de Ernest Hemingway a un amigo (1950)
Si tienes la suerte de haber vivido en París cuando joven, luego París te acompañará, vayas donde vayas, todo el resto de tu vida, ya que París es una fiesta que nos sigue.

Ernest empezó a escribir este libro en Cuba en el otoño de 1957, lo trabajó en Ketchum (Idaho) en el invierno de 1958/59, se lo llevó a España en nuestro viaje de 1959, y siguió con el libro a Cuba y de nuevo a Ketchum, a fines de otoño. Lo terminó en la primavera de 1960 en Cuba, después de una interrupción para escribir otro libro, El verano peligroso.
El libro trata de los años que van de 1921 a 1926 en París. 
Mary Hemingway.

*Si el lector lo prefiere, puede considerar el libro como obra de ficción. Pero siempre cabe la posibilidades que un libro de ficción arroje alguna luz sobre las cosas que fueron antes contadas como hechos.

*Ya lo escribía yo y no se escribía solo...

*Al terminar un cuento me sentía siempre vaciado, y a la vez triste y contento, como si hubiera hecho el amor, y aquella vez estaba seguro que era un buen cuento, aunque para saber hasta donde era bueno había que esperar a releerlo al día siguiente.

*Tal vez, lejos de París, podría escribir sobre París tal como en París era capaz de escribir sobre Michigan...

*De pie miraba los tejados de París y pensaba: No te preocupes. Hasta ahora has escrito y seguirás escribiendo. Lo único que tienes que hacer es escribir una frase verídica. Escribe una frase tan verídica como sepas.

*En aquel cuarto tomé la decisión de escribir un cuento sobre cada cosa que me fuera familiar...

*Scott Fitzgerald: su talento era tan natural como el dibujo que forma el polvillo en un ala de mariposa. Hubo un tiempo en que no se entendía así mismo como no se entiende la mariposa, y no se daba cuenta cuando su talento estaba magullado o estropeado.
Más tarde tomó conciencia de sus vulnerables alas de cómo estaban hechas, y aprendió a pensar pero no supo ya volar, porque había perdido el amor al vuelo y no hacía más que recordar los tiempos en que volaba sin esfuerzo. La primera vez en mi vida que encontré a Scott Fitzgerald ocurrió algo muy extraño. Muchas extrañas cosas ocurrieron con Scott, pero aquello no he podido olvidarlo nunca. Él entró en el bar Dingo de la rue Delambre, donde yo estaba sentado en compañía de algunos sujetos que eran compañías perfectamente malas, y vino y se presentó y presentó a un hombre alto y simpático que estaba con él, diciendo que era Dunc Chaplin, el famoso lanzador de béisbol. No se podía decir que los jugadores de béisbol en la Universidad de Princeton me hubieran apasionado nunca, y nunca había oído hablar de Dunc Chaplin, pero era exactamente lo que se llama un chico decente, y además no estaba ni preocupado ni nervioso ni agresivo, y me fue mucho más simpático que Scott.
Scott era ya un hombre pero parecía un muchacho, y su cara de muchacho no se sabía si iba guapa o se quedaba en graciosa. Tenía un pelo ondulado muy rubio, frente muy alta, ojos exaltados y cordiales, y una delicada boca irlandesa de larga línea de labios, que en una muchacha hubiese representado la boca de una gran belleza. Tenía una firme barbilla y perfectas orejas, y una nariz que nunca fue torcida. Desde luego que se puede tener todo eso y no ser hermoso, pero él lo era, gracias al color del cutis, al pelo muy rubio y a la boca.
Yo tenía mucha curiosidad por conocerle y me había pasado el día trabajando de firme, y parecía maravilloso que allí estuvieran Scott Fitzgerald y el gran Dunc Chaplin, de quien nunca había oído hablar pero que de pronto era mi amigo.
Scott no paraba de hablar, y como me ponía nervioso lo que decía, ya que se trataba de mis cuentos y de lo estupendos que eran, me puse a mirarle atentamente y a observar en vez de escuchar...
Llegó un momento en que observarle ya no me proporcionaba mucha información, excepto la de que tenía manos bien formadas y que parecían hábiles, y no eran pequeñitas, y cuando se encaramó a uno de los taburetes del bar, descubrí que tení alas piernas muy cortas.
-Óyeme, Ernest -dijo-. ¿No te molesta que te tutee, verdad?
-Si a Dunc no le importa.
-No digas tonterías. Hablo en serio. Dime, ¿tú y tu mujer os fuisteis a la cama antes de casaros?
-No sé.
-¿Qué quieres decir con eso de que no lo sabes?
-No me acuerdo.
-No me digas que no te acuerdas de algo tan importante.
-De veras no lo sé -dijo Scott-. No puede ser que no te acuerdes.
-Lo siento. Es una lástima, ¿verdad?
-No te hagas el meo como un inglés -dijo él-. ponte serio y acuérdate.
-Al cuerno -dije-. No me acuerdo.
-Podrías de verdad procurar acordarte,
parece que la conversación se caldea, pensé. Especulé si le servía a todo el mundo aquel rollo, pero me pareció que no, porque le observé como sudaba al elaborarlo. El sudor apareció en minúsculas gotitas encima de su largo y perfecto e irlandés labio superior y esa fue la razón por la que dejé de mirarle a la cara y registré el escaso largo de sus piernas, extendidas por el taburete alto. Volví a mirarle a la cara, y entonces ocurrió el extraño fenómeno.
Mientras estaba allí sentado a la barra con la copa de champán en la mano, de pronto pareció que la piel de la cara se le ponía tirante y que desaparecía su hinchazón, y luego se puso todavía más tirante hasta que la cara pareció una calavera. Los ojos se hundieron y se apagaron como muertos, los labios se adelgazaron tirantes, y e color de la cara se fue, dejando un matiz de cera de vela quemada. No fueron visiones mías. La cara se le convirtió realmente en una calavera, o en una máscara mortuoria ante mis ojos.
-Scott -dije-, ¿te encuentras bien?
No contestó, y la cara se puso todavía más tirante.
-Tenemos que llevarle a un puesto de socorro -dije a Dunc Chaplin.
-No. No le pasa nada.
-Parece que está muriéndose.
-No, siempre que se entrompa le pilla así.

*París no se acaba nunca, y el recuerdo de cada persona que ha vivido allí es distinto del recuerdo de cualquier otra. Siempre hemos vuelto, estuviéramos donde estuviéramos, y sin importarnos lo trabajoso o lo fácil que fuera llegar allí. París siempre valía la pena, y uno siempre recibía algo a trueque de lo que allí dejaba. Yo he hablado de París según era en los primeros tiempos, cuando éramos muy pobres y muy felices.

París era una fiesta - Ernest Hemingway.

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